29 de septiembre de 2016

Los Nadie: punk descafeinado para tiempos de paz

De ´Rodrigo D – No Futuro´ a ´Los Nadie´, el punk ya no es lo que era. Para bien o para mal, la comparativa entre una y otra película, 25 años mediante, refleja un cambio sustancial en el paradigma desde el cual se elaboran miradas críticas de la realidad. En Lanzas y Letras (Co)



De ´Rodrigo D – No Futuro´ a ´Los Nadie´, el punk ya no es lo que era. Para bien o para mal, la comparativa entre una y otra película, 25 años mediante, refleja un cambio sustancial en el paradigma desde el cual se elaboran miradas críticas de la realidad.

Por Pablo Solana*. Rodrigo D (Víctor Gaviria, 1988) termina con un epílogo de no-ficción: «Dedicada a la memoria de John Galvis, Jackson Gallego, Leonardo Sánchez y Francisco Marín, actores que sucumbieron sin cumplir los 20 años, a la absurda violencia de Medellín». En aquel film los pelaos mueren, porque en la Medellín de entonces, fuera de la pantalla, los pelaos también morían.

Los Nadie (Juan Sebastián Mesa, 2016) pone el foco en el mismo sujeto social: jóvenes marginados que encuentran en expresiones contraculturales (el arte callejero, el punk) un refugio para escapar del sinsentido que los rodea. Pero las condiciones que muestra la peli son bien otras: parece que ahora sí hay futuro. ¿Ya no se mueren, como entonces, los pelaos en Medellín?

La Rata, el Mechas, La Mona, el Pipa y Manu deambulan por las calles de una ciudad modernizada, monótona (la cinta es en blanco y negro), entre semáforos, facultades y aerosoles. Allí encuentran la tranquilidad que no les dan sus hogares, sus familias. Fuman, hacen sus toques de punk, parchan en cualquier esquina y la policía no los molesta, nadie los molesta. Bueno, un tropel estudiantil, del que prefieren quedarse ajenos, sí los molesta un poco, en realidad.

Quieren irse, pero piensan volver; se proponen viajar por Latinoamérica, llegar a la Patagonia… un sueño como el de cualquier joven. En la peli pueden hacerlo, cumplir ese sueño, con poquita plata y autoestop, ¿quién se los podría impedir? Camilo, La Rata, es el único del grupo que no podrá ser parte; aunque el percance -que roza lo más jodido de la realidad en los barrios pobres de los suburbios- amenazaba con ser peor, no resulta tan grave, después de todo (vean que nos cuidamos de no “spoilear” el final).

En la historia de 1988, en cambio, matan al amigo de Rodrigo y los demás deben esconderse; matan a su vecino Ramón, y él mismo salta de un piso 20, respondiendo a la música de fondo (No te desanimes, mátate, lo incita Mutantex). El no-futuro de entonces muta, en la peli de hoy, a algunas sonrisas y apenas un mal momento que no pasa de anécdota. ¿Fuera de la pantalla, también es así?

Punk medallo, antes y después
Fue en las barriadas de Medellín donde el punk, llegado de Europa a mediados de los ochenta, se asentó más que en cualquier otra región de Colombia. Se dio allí por tradición rockera, y “por necesidad de un sector de la juventud de canalizar la violencia política y social generada por el auge del narcotráfico en la ciudad”, explica la historiadora Andrea Restrepo en su ensayo Una lectura de lo real a través del punk. La muerte, el sicariato, las masacres, efectivamente signaron la realidad suburbana. “El punk, aún sin lograr escapar a tanta muerte, era una posibilidad de vida en una ciudad agobiante, una forma de reunirse, para jóvenes que no tenían ningún tipo de esperanza”, describe Arturo, antioqueño que frecuentó por aquellos años las mismas calles violentas de finales de los 80.

El Flako Porras, a mitad de camino entre la generación de Rodrigo y la de Los Nadie, agrega: “Una cosa que nos identificó mucho a los que estuvimos o estamos metidos en esa vaina del punk, es el punk medallo, que a diferencia de lo que venía de Europa, aquí tuvo una esencia muy comprometida; Rodrigo D retrata la crisis que sufre la ciudad a causa del destierro por la violencia, a través de la recreación de varias contraculturas emergentes y las vivencias del personaje principal, que es una de las tantas víctimas del conflicto urbano”.

Rodrigo era en realidad el alter-ego de Ramiro Meneses, baterista de Mutantex, principal soporte musical de aquella película; actuó a condición de ser él mismo. Pues bien, Los Nadie tiene su propio Ramiro: el personaje de La Rata lo interpreta Diego Pérez, malabarista que en la película hace de malabarista. La acidez terminal del punk de los 90 se ve en este caso reemplazada por la más cándida banda de sonido a cargo de Oposición Dirigida a la Injusta Opresión -O.D.I.O.- (quienes ofrecen en su página web, con precios en dólares, el merchandaising de ocasión: http://odio.bandcamp.com/merch).



Juan Sebastián Mesa, director de Los Nadie, asume el contraste: “No quería mostrar escenas violentas”, confirma. “Quería estar con esos personajes que, a pesar de su contexto, encuentran su forma de ser felices con cosas tan mínimas como rayar una pared”, declaró recientemente al sitio web pacifista.co. Diego Pérez, La Rata, agrega: “Ahora hay un punk que se construye desde otros espacios de creación y con expresiones diferentes”. El Flako Porras matiza: “Decir que el punk no es lo que era, es obvio… pero yo sí creo que hay algo que ha pervivido, un punk muy autónomo, muy propio, muy identitario… y a la vez se ha potenciado un punk más ligh por ciertas condiciones del mercado, pero no solo ha pasado con el punk, sino con otras contraculturas también”.

Medellín hoy: ¿estamos en paz?
Claro que más allá de las buenas intenciones del director, durante la grabación la realidad más cruda también se les cruzó en el camino. Filmaron en los barrios Robledo (Comuna 7), Manrique (Comuna 3) y Laureles Estadio (Comuna 11). Cuenta Mesa: “Llegas a un barrio y en el barrio manda ´alguien´, no manda la policía. Grabando una escena como a las dos de la mañana pasaron unos manes gritando: ´¡ustedes quiénes son!´. Nos pararon el rodaje. ´Acá no se graba nada. ¿ustedes ya hablaron con el Apá?´. Les decíamos que sí, pero como no nos creían, fueron a confirmar si teníamos o no permiso. En otro momento estábamos rayando unas paredes para otra escena y llegó un man y nos dijo: ´yo soy el que cuido este lugar, mañana llega mi patrón y ve esto rayado…´ Era la calle, él cuidaba una cuadra”.

¿Cuánto cambió entonces la situación para la juventud excluida en esos barrios? Verónica Agudelo, militante social que se mueve a diario por las comunas que muestra la película, explica: “La realidad no es que haya mejorado, el negocio de las ´vacunas´, la extorsión y el tráfico de drogas persiste, hay jóvenes en eso porque lo ven como una forma de mejorar las condiciones de vida en una ciudad que sigue marginando a la juventud; ahora los muertos no van a salir en los periódicos porque lo que se ha buscado es cambiarle la cara a Medellín, cambiar la concepción de la Medellín narco, pero los asesinatos de jóvenes siguen latentes”.

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El nombre de la película remite a un texto del escritor uruguayo Eduardo Galeano:

Los nadies:
los hijos de nadie
los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:
Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.

No se sorprenda el lector-espectador si encuentra más sentido crítico (y espíritu punk) en esa literatura que en la película misma.

En todo caso, esta nueva historia parece estar en sintonía con el nuevo contexto de paz (no solo porque en el Festival Internacional de Cine de Cartagena haya recibido aplausos entusiastas del presidente Juan Manuel Santos y de generales del Ejército). Los Nadie se lleva bien con un clima de época de optimismos que -aunque necesarios- corren el riesgo de evitarse el mal trago de percibir y reflejar, en toda su dimensión, la cruda, dura y persistente realidad.

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* Pablo Solana es miembro del Equipo Editor de Lanzas y Letras, integrante del Instituto José Martí de Bogotá – Escuela Nacional Orlando Fals Borda – Colombia.