Es un juego simple el
de ser soldado
Ellos siempre insultan, yo siempre callado
(…) Amar a la patria bien, nos exigieron
Si ellos son la patria yo soy extranjero
Charly García, Botas
locas
Yonny Andrés tiene
19 años, el pelo muy corto y la mirada limpia, algo ingenua, quizás. Como la de
cualquier muchacho humilde, campesino, que de pronto se ve sorprendido por
cámaras y micrófonos. Su imagen ocupó todos los medios de comunicación
colombianos y redes sociales hace unos días, cuando fue dejado en libertad por
el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia, la guerrilla alzada en
armas más antigua del continente. Lo habían retenido, a él y a Jesús Alberto, otro
joven soldado conscripto integrado a las filas del Ejército Nacional de
Colombia, cuando patrullaban una zona de influencia guerrillera. Pasaron 13
días en manos del ELN y fueron entregados a una comisión de la Defensoría del
Pueblo, la Cruz Roja Internacional y la Iglesia Católica.
El hecho no es
novedoso en Colombia: cada tanto, los grupos irregulares que ejercen el poder
real en los territorios hacen valer su fuerza con acciones de este tipo, para
demostrar que el Estado colombiano está ausente o apenas de visita a través de
su fuerza militar. En esos casos suele suceder lo que esta vez: tras dar
difusión al hecho, el ELN pacta la entrega de las personas retenidas, por lo
general en buen estado; cumplir con los protocolos que marca del Derecho
Internacional Humanitario para los prisioneros de guerra es parte de la
política de esta organización alzada en armas.
Sin embargo, esta
vez Yonny Andrés quedó en el centro de la atención nacional por su testimonio
apenas fue puesto en manos de la comisión negociadora: “Yo
me sentía como amañado [a gusto,
adaptado] con ellos, la verdad yo no tengo nada que decir o que me hayan
dado mal trato. Estoy feliz de estar libre, pero a la vez
triste, porque ya me estaba encariñando con ellos”, dijo el joven, y se desató el escándalo.
En seguida
quienes defienden al cuestionado Ejército Nacional de Colombia lanzaron una
andanada de insultos al muchacho. “Traidor”, “guerrillero infiltrado”, repetían
en las redes. Los medios de comunicación afines al poder militar (que en
Colombia no son pocos) instalaron la idea del síndrome de Estocolmo, intentando
enmarcar la valoración del muchacho hacia la guerrilla como una afectación
psicológica por la cual el prisionero se enamora del captor. Incluso la madre
de Yonny intentó rescatarlo, esta vez de posibles sanciones que le fuera a
aplicar el Ejército: afirmó que su hijo estaba bajo algún tipo de estrés psiquiátrico.
Sin embargo, en
el video difundido días atrás por el ELN como prueba de vida, se lo ve a Yonny
muy casual conversando con los guerrilleros, compartiendo la comida, incluso
intercambiando sonrisas. Cuando días después se encontró con su familia, en el
corregimiento campesino de Aguachica, departamento del Cesar, y tras los
reclamos que le hicieron por haber hablado bien de sus captores, Yonny se puso
firme y respondió a doña Argenis, su madre: “Mamá, usted me enseñó a decir la
verdad, y así fue. Recibí buen trato, buena alimentación y buen
dormir”.
Sus palabras resonaron en paralelo a
que se conocieran nuevas cifras de Falsos Positivos a manos del Ejército de
Colombia: la Justicia Especial para la Paz (JEP) estableció que las víctimas
del accionar ilegal de las Fuerzas Armadas colombianas triplican a lo informado
por la Fiscalía en su momento: ya son más de 6.000 las personas, en su mayoría
jóvenes de extracción humilde –como Yonny– ejecutadas sin motivo y pasadas como
“bajas en combate” en los tiempos en que el Ejército necesitaba demostrar a sus
financiadores norteamericanos efectividad en la guerra interna. Y se espera que
nuevas investigaciones incrementen aún más esas escalofriantes cifras de
ejecuciones extrajudiciales.
Por eso, lejos de la versión
complaciente del síndrome de Estocolmo, fueron muchas las voces que
interpretaron el caso Yonny como una crítica al Ejército Nacional en general, y
a la práctica del reclutamiento forzoso para realizar el Servicio Militar
Obligatorio, en particular.
Buenos - malos
El psicólogo colombiano Diego
Marín publicó en las redes una reflexión que rápidamente se volvió viral. Allí explica:
“es un muchacho pobre de 19 años, que ni
siquiera tiene una construcción completa de su personalidad. Durante su formación militar [en el Ejército de Colombia] se le enseñó que el Estado era ´el
bueno´ y las guerrillas eran ´los malos´. Pero [al ser capturado por el ELN] el joven se encuentra con un grupo de
personas que se parecen a él, incluso físicamente. Que hablan con acento
campesino, quizá parecido al de su madre. Que le dan la comida que acostumbra a
comer en casa y que le hacen sentir que no tiene de qué preocuparse. (…)
Empieza a comparar el trato que recibía como soldado y el que le están
ofreciendo como rehén. Muy probablemente Yonny ahora se cuestiona sobre quién
es ´el bueno´ y quién es ´el malo´. Hoy este muchacho siente que le mintieron,
no sabe en qué creer, no sabe en quién confiar, no sabe por qué ni por quién
luchar”.
Pilar Lizcano es defensora de DDHH e integrante de
Ciudad en Movimiento, una organización integrada mayoritariamente por jóvenes.
En diálogo con La Columna Vertebral, pone
en contexto el impacto que generó este hecho: “La
noticia de Yonny vuelve a poner en el centro la crítica al reclutamiento para
prestar el Servicio Militar que afecta a jóvenes entre 18 y 28 años; pero va
más allá, es también una crítica a la
doctrina militar, que es una doctrina violenta, que conlleva la prédica del
enemigo interno, de que hay otras personas a las que hay que destruir, así
perpetúan un estado de guerra interno cueste lo que cueste; pero con lo de
Yonny queda claro que esa idea se cae, él se encuentra con sujetos que son como
él y se cuestiona esa formación que recibió”.
Pese a reformas parciales y
regulaciones hechas durante los últimos años, el Servicio Militar en Colombia
nunca dejó de ser obligatorio. “Cientos de miles de jóvenes tienen que ir
contra su voluntad a cualquiera de las fuerzas armadas, Ejército, Fuerza Aérea
o Naval, o a la Policía Nacional; los jóvenes bachilleres tienen un tiempo
menos, pero en el caso de los llamados ´soldados campesinos´, el tiempo que los
retienen es mayor”, explica a La Columna
Diego Pinto, integrante de la agrupación Jóvenes del Polo Democrático
Alternativo. “Nuestro reclamo ha sido que se respete la objeción de
consciencia, que está reconocida legalmente aunque a muy pocas personas se les
acepta; pero además seguimos reclamando que se elimine el Servicio Militar
Obligatorio”, concluye.
En América
Latina
En todo el mundo son apenas 66 países
los que mantienen algún tipo de Servicio Militar Obligatorio, según el
relevamiento hecho en 2020 por la web elordenmundial.com.
Si bien la tendencia es a la baja, en los últimos años Suecia volvió a convocar
a sus jóvenes a prestar servicio de manera obligatoria, y en Francia el
presidente Macron anunció en 2019 que el servicio voluntario se convertirá en
obligatorio “en el futuro”.
En América Latina, Colombia ocupa el
segundo lugar en el ranking de poderío militar después de Brasil, según el
estudio que publicó el sitio web especializado Global Firepower, que comparó ejércitos por categorías como
presupuesto, número de miembros activos y equipamiento militar. Siguen en la
lista México y Perú. En esos 4 países, al igual que en Guatemala o Bolivia, hay
distintas variantes de convocatorias a prestar servicio, aunque con los años se
fueron flexibilizando. Similar situación se da en Chile, donde al cumplir 18
años los jóvenes deben inscribirse en un cantón de reclutamiento y esperar a
ver si los inscriptos voluntarios son suficientes; de no serlo, serán convocados,
ahora sí, de manera obligatoria. En Paraguay existe la objeción de consciencia,
que se aplica con más flexibilidad que en Colombia, lo que genera que una
mayoría de jóvenes que quiere esquivar la obligación pueda hacerlo.
Uruguay, por su parte, nunca ha tenido
Servicio Militar Obligatorio, y en Argentina fue derogado en 1995 tras el
escándalo por el asesinato del conscripto Omar Carrasco en una dependencia
militar.
Un caso distintivo lo constituye Cuba:
allí se denomina Servicio Militar Activo y va de la mano con las variadas y
cualificadas opciones educativas universitarias que el Estado pone al alcance
de toda la juventud.