22 de abril de 2023

Comando Águilas Negras: la influencia paramilitar colombiana que llegó a Catamarca

¿Cuán grave es la aparición de un grupo de derecha con pretensiones paramilitares en el norte del país? El espejo latinoamericano nos exige reaccionar antes de que sea tarde. En La luna con gatillo (Ar)


Se identifican con ideas de derecha, creen que hay que salvar a la Patria con orden y disciplina, reciben entrenamiento militar y se muestran armados y uniformados en comunidades campesinas, aunque no pertenecen a ninguna estructura del Estado. Son las Águilas Negras. La descripción coincide con los paramilitares que así se presentan en Colombia, pero ahora estamos hablando del grupo que se dio a conocer en la provincia de Catamarca, en el noroeste argentino. El tema es serio porque, visto de cerca, la coincidencia no es solo una cuestión de nombres.

Aunque diversos analistas apuntaron a la identificación de este nuevo experimento de la ultraderecha en Argentina con el nazismo por la similitud de los símbolos que utilizan, sería más provechoso mirarlos en el espejo que ofrece Nuestra América. En particular, Colombia, donde estos grupos ganaron un protagonismo sobresaliente en comparación con cualquier otro país de la región (el paramilitarismo, en sus variantes narco o contrainsurgente, se expande también en países como México, Perú o Haití, por mencionar los más notorios). Es posible que los aspirantes a “patriotas” catamarqueños reivindiquen a nazis de antaño –o actuales, si se mira a Ucrania– pero no hay que perder de vista que, en el contexto de nuestro país, se insertan y desarrollan a tono con expresiones más cercanas del crimen político. Asumidos como grupo paramilitar, son un fenómeno bien latinoamericano. El contexto de degradación económica, política y social y el fermento de una ultraderecha que coquetea con la violencia armada es, también, un sello propio que hay que leer menos en clave ideológica global y más en función de la realidad local.

Sin rodeos

La sierra de Ambato se extiende entre las provincias de Catamarca y La Rioja, en el noroeste argentino. Hacia el norte, la región montañosa empalma con otra serranía, la del Aconquija, que llega hasta Tucumán. La zona donde entrenan y marcan presencia las Águilas Negras vernáculas no es muy distinta a la geografía que hace más de 50 años eligió el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) para instalar el foco que buscó enraizar la guerrilla rural en Argentina. Ahora, sin embargo, estos uniformados que se muestran entre comunidades suburbanas y rurales de Catamarca están en las antípodas de aquella experiencia revolucionaria. Es apresurado afirmar que, en algún horizonte estratégico, tengan como objetivo repeler o combatir a posibles focos de rebeldía popular, armada o no. Sin embargo, las referencias que los envuelven habilitan una razonable preocupación.

El pasado 2 de abril, en el acto de conmemoración por las Islas Malvinas que se realizó en el pueblo de El Rodeo, una localidad de no más de 1000 habitantes a menos de una hora de la capital provincial, las Águilas Negras lograron una visibilidad que no habían tenido desde su fundación tres años atrás. Ante la presencia de las autoridades y referentes de la comunidad, el grupo de uniformados con un estandarte negro, un águila en medio y la sigla C.A.N. se hizo presente. Vestían ropas militares y portaban armas largas, aunque después dijeron que eran réplicas utilizadas en los entrenamientos con balines de pintura. Al frente del grupo se encontraba Carlos Omar Chrystiuk, a quien sus camaradas llaman “General”. Se trata de un exmilitar exonerado en 1990 del Ejército Argentino por participar de la rebelión carapintada encabezada por el represor Mohamed Seineldín. El grupo que comanda este hombre de 53 años se organizó en tiempos de pandemia en el gimnasio de la ciudad de Catamarca que lleva por nombre Gym Military Voltage. Allí se ofrece preparación militar. Desde entonces combinan entrenamiento de montaña, que públicamente presentan con el fin de rescate y búsqueda de personas, y acciones asistenciales en escuelas rurales desatendidas por el Estado.

El “General” de las Águilas Negras apoya al partido de Milei a través de la difusión de las propuestas del grupo “libertario” surgido en su ciudad natal, Lanús, en la provincia de Buenos Aires, y muestra con orgullo la foto que se tomó junto a Patricia Bullrich (“acompañando a una guerrera”, escribió en la publicación), la exministra macrista de Seguridad de la Nación quien en su momento dijo “Argentina es un país libre, quien quiera andar armado que ande armado”. Chrystiuk hace públicas, a través de las redes sociales, arengas a favor de la última dictadura militar y propuestas para “salvar al país” del “populismo”.

Del paramilitarismo al paramilitarismo

Sobre este fenómeno en Colombia suelen elaborarse miradas simplificadas, caricaturizadas en la mayor parte de los casos cuando se lo aborda a la distancia. El subgénero de series y películas narcoparamilitares mainstream refuerza un estereotipo que, si bien se basa en un núcleo de sentido cierto –la violencia y el poderío militar de estos grupos–, desconoce otras dimensiones fundamentales para comprender el peso político del accionar criminal.

“En Colombia existen las Águilas Negras, una organización narcoparamilitar de extrema derecha heredera de las Autodefensas Unidas de Colombia. Son ejércitos privados narcotraficantes y contrainsurgentes, financiados muchas veces por ganaderos y políticos poderosos”, explica Sergio Segura, periodista colombiano nacido y criado en la ciudad de Soacha, donde en las últimas décadas el paramilitarismo disputó el control territorial.

Esta primera descripción nos introduce a lo que deberá ser un trabajo que exceda estas líneas: el estudio de un fenómeno que, si bien aparece como novedoso en Argentina, tiene su historia, sentido y funcionalidad en distintas realidades latinoamericanas. Hasta el momento no hay indicios de vinculación narco en la experiencia catamarqueña, pero la mención colombiana habilita la pregunta: ¿cómo se financian? Las Águilas Negras argentinas explican que se cambiaron el nombre, de Comando a Compañía, para poder ser reconocidas como ONG y recibir “fondos y donaciones”. Es esperable que la exposición pública lleve a las autoridades del Estado a impedirles la legalidad. ¿Cómo irán a financiarse, entonces? ¿Cómo estarán viendo los grupos narcos que pisan fuerte en Rosario la aparición de estos catamarqueños que combinan ilegalidad armada con un pretendido discurso político y social? ¿Habrá ya algún empresario poderoso, entusiasmado con la emergencia de esta nueva ultraderecha armada, pensando en ofrecerles financiación ilegal, al estilo de lo que hizo el macrista Caputo con el grupo afín al atentado contra Cristina Fernández, Revolución Federal?

En Colombia, el financiamiento de estos grupos es solo una de las aristas complejas. Otra, que también habrá que mirar de cerca en el caso argentino, es el apañamiento y el apoyo que estos grupos puedan generar. “La mayoría [de las bandas paramilitares en Colombia] goza de tolerancia, colaboración, connivencia o apoyo implícito de instancias estatales, y son cobijados por rutinas institucionales de omisión y de numerosas estrategias de impunidad del aparato judicial”, explica el sacerdote jesuita y defensor de Derechos Humanos colombiano Javier Giraldo en el prólogo a un libro de reciente publicación que aborda el problema en su integralidad y vigencia, titulado ¿Del paramilitarismo al paramilitarismo? Radiografías de una paz violenta en Colombia. El contenido completo de ese libro puede descargarse del enlace que publicó la Revista Lanzas y Letrasacá

Tomemos la idea del apoyo o “rutinas institucionales de omisión” y volvamos la mirada a las Águilas del cono sur: se les conoció recientemente por la participación, avalada por las autoridades locales, en un acto oficial; muestran públicamente su adhesión a las ideas del partido de Milei y su admiración por la candidata del PRO con posiciones más extremas en la coalición de derecha. Aunque el escándalo que se generó a partir de la noticia de la existencia de este grupo lleva ya una semana, estos dirigentes políticos no se molestaron en tomar distancia. No sorprende: ya habían mostrado su aquiescencia, por medio de distintos grados de silencio o incluso muestras de tolerancia o complicidad, con quienes atentaron contra la expresidenta, el hecho de violencia política a manos de un grupo de derecha armada de más gravedad institucional desde el final de la última dictadura militar.

En serio

La realidad argentina no está para bollos. Si la situación actual puede rotularse como de crisis, las perspectivas futuras no habilitan a pensar en una salida inmediata del fondo del pozo sino, por el contrario, en una continuidad del derrumbe económico, político y social. La desesperanza del momento bloquea la posibilidad de escenarios de estallido o rebelión. No hay indicios concretos de que la bronca popular se esté encaminando para ese lado, por ahora. Sin embargo, la memoria latente y las reservas de dignidad que las bases sociales rebeldes de este país mantienen siempre a flor de piel, en algún momento deberán emerger para poner freno a neoliberales y ultraderechistas y hacerles saber que a costas del hambre del pueblo no podrán avanzar. Cada momento de convulsión social en que la rebelión de lxs de abajo amenazó con desbordar a las fuerzas de seguridad del Estado contó con grupos parapoliciales de apoyo en la acción represiva. Latinoamérica da muestras de ello, pero nuestro país también. Qué fueron si no la Liga Patriótica o la Triple A.

Si bien esa perspectiva hipotética merece algún tipo de consideración solo si se la proyecta en el mediano o largo plazo, hay efectos más inmediatos que ya operan. Hace algunos años, montado sobre el evangelismo, ganó terreno un sentido común “antiderechos” que reforzó posiciones reaccionarias en la sociedad; tras ello, los medios de comunicación de las grandes empresas catapultaron a una figura en principio bizarra como la de Milei, pero que ahora se pavonea convertida en una amenaza real; más cerca en el tiempo, presenciamos azoradxs cómo un grupo de jóvenes semimarginales con apoyos aún por desentrañar intentaron cometer un magnicidio contra la principal figura política del país que es quien cuenta con mayor adhesión popular. Ahora, la aparición pública de este grupo paramilitar puede definir un nuevo escalón en la seguidilla de hechos políticos que corren todo el escenario hacia la derecha, y peor que eso: logran hacerlo con cierto apoyo social.

A los dueños del poder real parece no bastarles con manejar los resortes de la economía por medio del acuerdo bifrentista que expresan, en los lineamientos estratégicos, candidatos de ambos lados de los bloques mayoritarios como Macri o Larreta, Scioli o Massa. Por acción o por omisión, la derecha en Argentina se muestra dispuesta a hacer crecer expresiones de defensa armada de sus posiciones de privilegio, aun cuando esto, prestando atención a otras realidades latinoamericanas que ya transitaron esa historia, se les pueda convertir en un bumerán.

Es remañida la metáfora que remite al huevo de la serpiente para ilustrar momentos históricos en los que se incuba el peligro. La película de Ingmar Bergman de 1977 trata sobre la Alemania de los años 20, previa al nazismo. Hoy la realidad es distinta, entre otras cosas porque no hay un comunismo amenazante a nivel mundial que justifique el aliento por parte de las clases dominantes a respuestas fascistas como sucedió hace un siglo. Sin embargo, si tomamos la prevención de actualizar y latinoamericanizar la metáfora, bien vale la alerta: no vaya a ser cosa que en Catamarca se nos escape el huevo de la yarará.