3 de noviembre de 2023

Riquelme contra Macri, una pelea que ya es causa nacional y popular

De cómo una interna futbolera local trasciende y nos ilumina en tiempos de traspiés y falta de claridad. En Tramas (Ar) 


Tal vez voten en Boca –cuando se destrabe la trampa macrista– cerca de 50.000 socixs, bastante más del récord de participación de 2019, cuando votaron 38.300. Son las elecciones de un club de fútbol más concurridas del país: en River, el otro grande, en 2021 fueron a votar 20.000 (y también fue record para ese club). A nivel mundial, Boca ranquea alto también en participación de sus socixs: parece ser que sólo el Barcelona logra elecciones más masivas, con 57.000 votantes (en la Bombonera dicen que Román va también por ese objetivo: superar al Barsa y convertirse, ahora o en la próxima elección, el club con mayor participación popular del planeta).

Aunque destacadas en el mundo fútbol, no dejan de ser cifras modestas en comparación con el peso político que logran los dirigentes que se coronan al frente de instituciones deportivas de trascendencia nacional e internacional. En la política estatal, con los votos que requieren ahora Macri o Riquelme para ganar, apenas lograrían la intendencia de Cañada de Gómez en Santa Fé o Caucete en San Juan.

Macri es quien mejor conoce esa desproporción, que tan bien supo capitalizar a su favor: ganó la presidencia del club en 1995, cuando votaban apenas 8.000 socixs. Le alcanzó con una inversión de dinero moderada para propagandizarse y lograr el apoyo de 4.400 voluntades; así logró quedar al frente de la institución deportiva que, de la mano de talentos futbolísticos indiscutibles como Palermo, Bianchi y el mismísimo Román, lo catapultaron a las primeras filas de la política nacional (aquellos 4.400 votos con los que ganó la presidencia del club no le hubieran alcanzado ni siquiera para ser concejal de la ciudad).

Pero aquí estamos: 2023; 40 años de elecciones continuas en el país del no me acuerdo; con un desquiciado ultraneoliberal por asumir la presidencia de la Nación; con Macri atrás de todo, ya de vuelta de todo, pero aún activo, con la capacidad de daño intacta.

Que en este momento de la historia, con un gobierno en sus manos por formatear, con la tranquilidad de mantener a su primo a cargo de la ciudad de los negocios millonarios y con un lugar ganado en la FIFA a fuerza de amistades y negociados con jeques y mafiosos, Macri haya vuelto a poner el foco en Boca, en unas elecciones que podría ganar con menos de 30.000 votos pero que aun así no podría ganar, dice bastante más de lo que está en juego en el país que de lo que está sucediendo puertas adentro de un club que, aún atravesado por estos fuertes intereses, se resiste a perder su esencia social.

Detengámonos en ese hecho, que condensa todo lo que gira en torno a esta gran pulseada: Macri, líder de la lista que lo lleva como candidato a vicepresidente, aun cuando decidió jugar con toda la maquinaria mediática y judicial que maneja como a títeres, aun decidido a embarrar la cancha y sembrar todo el caos necesario hasta verse finalmente beneficiado, aun así, no puede ganar. Si se hacen las elecciones como está previsto, pierde. La maniobra judicial impugnatoria de la fecha de votación no hace más que confirmar esa certeza. Pero la impotencia democrática no lo detiene. Esto es así por un hecho sencillo, profundo, de fondo: la democracia no es un valor, no es parte de las reglas de juego para su proyecto, sabe que no tiene por qué ceñirse a ella, no la va a respetar.

Ni en Boca, ni en el país.

En esa certeza confluyen las diversas aristas de todo lo que viene sucediendo. El bastardeo de la voluntad popular se manifiesta en la suspensión de las elecciones del club que debían realizarse este próximo domingo, y seguirá –si logra imponerse– con la conversión del club en Sociedad Anónima Deportiva, una voluntad manifiesta por el propio Macri, por su gatito mimoso Milei y por el puñado de jeques y delincuentes internacionales como aquel que pidió por “el 9 de Qatar”. Ahora Macri quiere a Boca no porque necesite visibilidad, como sucedió hace 30 años; ahora quiere retomar el control del club para privatizarlo, para darle un nuevo golpe a lo que quede de bueno en las dinámicas de participación social. ¿Que la mayoría de lxs socixs y el 99% de los clubes está en contra? Ya nos queda claro: les resbala la voluntad popular. Es más: les excita confrontar a las mayorías. Cuanto más grande el desafío, más violentos se pondrán.

La resistencia, en este caso, vuelve a hablarnos más de la realidad nacional que del club en particular. Es cierto que una mayoría de socixs apoya a Riquelme, y que incluso una masa no despreciable está dispuesta a movilizarse, como sucedió la noche de la suspensión de las elecciones en las afueras del estadio. La impunidad macrista desató, además, una emotiva corriente de simpatías de fanáticos de diversos equipos rivales –multitud de hinchas de River entre ellxs– que hicieron explícito el apoyo a la cruzada que lleva a cabo Román. Si esa resistencia antineoliberal tiene todavía expectativas de victoria (a contrapelo de lo que viene sucediendo en casi todos los demás órdenes de la vida y la política nacional), es en gran medida por el líder que la encabeza.

“Román está enfrentando más a los poderosos que cualquier político”, se entusiasmaba un militante bostero en las inmediaciones del estadio el día del banderazo. “Que sepa Macri que no todo tiene precio”, decía un cartel hecho a mano por un pibe en la misma movilización”. “Nunca seremos empleados de ellos”, es la consigna elegida por la agrupación Boca es Pueblo para empapelar el barrio como parte de la campaña por Riquelme (en circunstancias distintas, pero con palabras muy similares, lo mismo dijeron sobre Macri el Diego y Román).

Juan Román Riquelme supo ser un pibe de potrero de Don Torcuato; humilde, sensible y con conciencia de su origen, se muestra desde lo personal como la contracara nítida de un Macri millonario, soberbio y arribista. Como dirigente popular Román no cuenta con muchos recursos retóricos al hablar, pero sí con una profundidad conceptual desafiante como el que más. Se lo escucha honesto como pocos cuando dice que su pasión es el club, que Boca es de los hinchas y que va a defender esa condición con su vida. Los resultados futbolísticos no lo acompañaron del todo (en Boca no alcanza con llegar a la final de la Libertadores, es condición necesaria ganar); el plantel actual es mediocre y con horizontes futbolísticos poco claros (de nuevo: las inferiores van bien y son fundamentales, pero el hincha de Boca siempre buscará la competencia internacional). Para más, Boca necesita de manera urgente un estadio ampliado que permita mejores posibilidades a sus socixs, algo que hoy podrían resolver de mejor modo los petrodólares qataríes que ofrece Macri (a cambio de privatizar), sobre lo que Román en estos 4 años al frente del club no acertó a dar respuesta. Es decir: en lo concreto de su gestión, hay puntos notorios por donde el hincha de Boca lo puede criticar, y así lo hace. Pero por encima de eso parece haber algo más: la valoración de la lealtad, de la sinceridad, de la identidad. En el caso de Román, además, esos valores se mixturan con una rebeldía silvestre respecto al poder, algo que hace rato no ofrece la política que busca representar al campo popular.

Lejos de romantizar el “honestismo”, hay algo ahí que la “gran política” –sobre todo la política que se pretende popular–, debería saber imitar.

Frenar a Macri en su ofensiva antidemocrática y privatizadora contra Boca se convirtió ya en una causa nacional. En el trazo más fino, aprender del estilo de conducción de Riquelme, de su valentía y su lealtad a las bases que representa, es una tarea que debería interpelar al conjunto del movimiento popular. Lo que está en juego en las elecciones de un simple “club atlético” es una causa nacional, pero sobre todo popular.