16 de julio de 2025

Apuntes para la militancia. Época, etapa, coyuntura

La falta de lineamientos certeros por parte de las izquierdas ante la crisis civilizatoria actual deja a los pueblos librados a tener que optar por males menores, cuando no por líderes mesiánicos inclinados al fascismo. La salida del laberinto no será sencilla, aunque hay puntos de partida elementales bien a mano. Uno de ellos es la formación política en función de una estrategia revolucionaria: en estas líneas proponemos mirar más allá del cortoplacismo y de las urgencias de las coyunturas. | En Revista Lanzas y Letras (impresa, 2025)

Metodología

En la militancia solemos usar expresiones particulares. Algunas provienen de los estudios militares: vanguardia, estrategia, táctica, correlación de fuerzas. Otras, de las ciencias sociales: estructura, clases dominantes, modo de producción, formación social. Por lo general, no son términos que estén incorporados en el habla cotidiana de nuestro pueblo. Sin embargo, expresan conceptos necesarios para el análisis de la realidad. No hay que convertirlas en latiguillos, frases hechas o simple jerga militante, pero, aunque a veces suenen “aparatosas”, tampoco hay que descartarlas.

Pretender que nuestras formas de interpretar la realidad sean comprensibles para nuestro pueblo es una virtud y una necesidad de la militancia popular. Eso no significa “achatar” las ideas, dejar de lado los análisis profundos. Las sociedades contemporáneas son complejas; debemos ser capaces de dar cuenta de esa complejidad para poder planificar la estrategia que apunte a cambiar el orden social injusto que nos oprime. No se puede modificar lo que no se conoce.

Para resolver esa tensión resulta útil comprender los conceptos con nitidez. Si la idea es clara, será más fácil expresarla con claridad. Por eso, en las líneas que siguen nos proponemos repasar algunos conceptos básicos para el análisis político desde un lenguaje popular, accesible, que a la vez no se quede en una mirada superficial.

Para ello recalamos, en esta ocasión, en un trabajo de Mario Peresson, educador y teólogo salesiano nacido en Mosquera, Cundinamarca. Peresson estudió Teología en Roma en el marco del Concilio Vaticano II y, al regresar a Colombia, se identificó con la Teología de la Liberación. “Me dejé cuestionar por el cuestionamiento social”, reflexionó. En 1979, apenas los sandinistas tomaron el poder en Nicaragua, se sumó a la Cruzada de Alfabetización de la revolución. Allí conoció a Paulo Freire. A partir de esa experiencia, el marxismo latinoamericano se terminó de imbricar con su sólida formación teológica y teórica.


En el cuaderno Análisis de estructura. Análisis de coyuntura. Metodología (1989), Peresson entrecruza la educación popular y la Investigación-Acción Participativa con las categorías marxistas de interpretación de la sociedad.

 El material, de unas 80 páginas, se puede descargar del sitio web de Lanzas y Letras escaneando el código que acompaña esta página. Allí Peresson comienza por el análisis de la sociedad como totalidad orgánica, lo que deriva en los conceptos de “modo de producción” y “formación social”. El texto de Peresson propone un esbozo metodológico básico pero eficaz; en este espacio, mucho más reducido, estaremos forzados a limitar aún más el desarrollo: apenas comentaremos las categorías más relevantes, nutriéndolas con ejemplos y algunos aportes críticos actualizados, como una invitación a su estudio de forma más completa.

 La metodología de análisis que propone Peresson se referencia en el estructuralismo que permeó a todas las vertientes de la izquierda revolucionaria a partir de los años 60 del siglo pasado (incluso a las corrientes heterodoxas, como podría considerarse a la Teología de la Liberación). En sus versiones más rígidas, el enfoque estructuralista recibió considerables críticas. Se le cuestionó la forma en que terminó diluyendo al sujeto en las determinaciones estructurales, el regodeo en cierta aspiración de “ciencia exacta” y el hecho de que, en el afán de producir manuales que sistematicen su aporte, cayó en un nivel exagerado de simplificación que reforzó aún más el determinismo cientificista. Si las relaciones sociales son efecto prácticamente mecánico de las estructuras, como postulaba aquel estructuralismo de manual, ¿cómo modificarlas?

Son señalamientos válidos. Digamos, a favor de Peresson, que su trabajo no cae en esos extremos. De todos modos, alertados del riesgo, nos propusimos reforzar en este artículo el carácter dialéctico de la propuesta metodológica y matizarla con el aporte de otras tradiciones (los conceptos de Gramsci sobre bloque histórico, hegemonía, alianzas sociales, etc., aun cuando en estas líneas no los abordamos en profundidad, resultan valiosos complementos que enriquecen las categorías de análisis que repasaremos a continuación).

  

Modo de producción, contradicción fundamental, objetivo estratégico

Peresson comienza explicando que toda sociedad funciona según un modelo general que se expresa en distintos planos: el nivel económico (la propiedad de la tierra y de las empresas, los salarios, las tarifas, etc.); el nivel social y político (el Estado, las leyes, la policía, los hospitales públicos, las instituciones, las organizaciones sociales); y el nivel ideológico (las ideas dominantes, los medios de comunicación, la educación, las iglesias, etc.).

Karl Marx dedicó su producción teórica más sólida a fundamentar que, en el capitalismo, la base económica es determinante. No se trata de una determinación lineal ni inamovible: la economía es determinante en última instancia –aclaró el alemán–, porque en ocasiones puede ser la política o el plano de las ideas los que jueguen un rol fundamental. Entre esas distintas variables hay una relación dialéctica.

El plano económico está conformado por el conjunto de las relaciones sociales de producción, es decir, por las relaciones entre las personas a la hora de producir. En esas relaciones influyen la propiedad o la carencia de los medios de producción, la apropiación del beneficio que esa condición genera, etc. Esas relaciones definen el modo de producción.

El modo de producción capitalista se basa en un conflicto de intereses determinante que constituye los cimientos y condiciona todas las demás relaciones. A ese antagonismo lo llamaremos, con Peresson, contradicción fundamental. Es la que se da entre los dueños de los medios de producción (burgueses, capitalistas) y quienes, privados de esos medios, solo cuentan con su fuerza de trabajo para vender (obreras/os, jornaleros/as, empleadas/os, desocupados/as); es decir, entre el capital y el trabajo. Sin embargo, esto resulta así de nítido solo en el plano teórico. No solamente los dueños de empresas, fábricas o campos son privilegiados: hay políticos corruptos, gerentes, narcotraficantes y hasta futbolistas o estrellas de la música que son multimillonarios. En el otro extremo de la contradicción, no solo quienes venden su fuerza de trabajo son explotados: también lo son los estudiantes de las clases populares, las travestis, los propietarios de pequeñas parcelas de tierras, las mujeres que realizan las tareas de cuidado y del hogar, los pueblos originarios. Hay opresiones que van más allá del capital, como dan cuenta las luchas feministas que libran una batalla determinante por denunciar y combatir las injusticias que se desprenden del orden patriarcal.

Sin embargo, en lo que respecta al capitalismo como modo de producción, el choque entre los dueños de todo y los que nada tienen sigue siendo lo que ordena a este sistema desde su raíz.

La expansión del capitalismo abarcó a todo el mundo a fuerza de invasiones imperialistas (desde Europa primero, EE.UU. después). Eso provocó que, a nivel internacional, tomara cuerpo otro tipo de antagonismo: el que se da entre países imperialistas y países dominados (ya sea por invasiones militares, como en Medio Oriente, o económicamente, como en la mayor parte de Nuestra América). Así como hay que entender a cada sociedad en su totalidad, también hay que entender a la “sociedad global” en su totalidad y saber qué lugar ocupa cada región y cada país en ese funcionamiento global.

En América Latina hubo quienes enriquecieron los aportes de Marx y sumaron sus propios marcos interpretativos al estudiar fondo la realidad de las poblaciones originarias, el capitalismo dependiente, las vías de la liberación nacional, etc. El peruano José Carlos Mariátegui interpretó la situación del campesinado de su país y dejó un legado fundamental para todo el continente. Fidel Castro estudió la composición de su pueblo y la describió más allá de cualquier esquematismo, en toda su complejidad: “la gran masa irredenta, (...) los 700 mil que están sin trabajo, (...) los 500 mil obreros del campo, (...) los 400 mil obreros industriales y braceros, (...) los 100 mil agricultores pequeños, (...) los 30 mil maestros y profesionales, (...) los 20 mil pequeños comerciantes, (...) los 10 mil profesionales jóvenes”. Son cientos los estudios y las luchas que aportaron a definir un propio bagaje ideológico e identitario para interpretar y delinear las perspectivas emancipatorias desde nuestra propia realidad continental.

La comprensión del modo de producción y de la contradicción fundamental nos permite establecer un objetivo estratégico. No vamos a abundar en estas escasas líneas sobre las revoluciones que se propusieron avanzar hacia el socialismo a lo largo del último siglo. Digamos –mínimamente– que, si se entiende a cabalidad la condición esencialmente explotadora del capitalismo, no habrá otra posibilidad de liberación que no sea confrontándolo, derrotándolo y construyendo un nuevo sistema, un nuevo modo de producción que dé lugar a una nueva sociedad guiada por el humanismo, la igualdad y libertad.

La caracterización del modo de producción dominante, el establecimiento de la contradicción fundamental y la definición del objetivo estratégico se corresponden con la categoría temporal de época. Hacia el final de estos apuntes veremos esta delimitación en comparación con las nociones de etapa y coyuntura.

  

Formación social concreta, contradicción principal, definición de la estrategia

El concepto formación social refiere a la conformación específica de una sociedad, más allá de la noción abstracta de modo de producción. Peresson define formación social como “la totalidad social concreta, históricamente determinada, estructurada a partir de la forma como se articulan las diferentes relaciones de producción y a la manera específica como se relacionan los diversos niveles de esa sociedad”.

Su estudio requiere el análisis concreto de la realidad concreta. Por ejemplo, distintos sectores al interior de la burguesía pueden disputar políticamente entre sí: conservadores, neoliberales, socialdemócratas, ultraderechistas. Analizar la formación social nos permite ir más allá del señalamiento genérico ("capitalistas”) y nos ayuda a entender a qué intereses económicos responde cada vertiente. ¿Cómo se agrupan los distintos sectores de las clases sociales? ¿Qué relaciones establecen entre sí? ¿Qué intereses concretos defiende cada sector?

La noción de clase es fundamentalmente económica y está definida según el lugar que cada quien ocupa en relación al proceso productivo y la propiedad de los medios de producción. El concepto sectores sociales también nos resulta útil porque expresa a grupos que pueden identificarse con diversas particularidades: étnicas (pueblos originarios), de género (mujeres y diversidades), medioambientales (ecologistas). Se trata de realidades que tienen su peso propio, aunque también en esos casos hay que prestar atención a la condición de clase de los sujetos que expresan cada reivindicación (por ejemplo, existe un ambientalismo que busca armonizar su agenda con los intereses de las grandes empresas; de ese modo pierde eficacia y termina siendo cómplice de la depredación capitalista sobre el planeta).

Del estudio de una formación social concreta se desprenden contradicciones que son más específicas que la contradicción fundamental (que, como vimos, tiene que ver con el modo de producción). En determinados períodos históricos, hay contradicciones sociales que son más determinantes que otras. Será importante establecer, en cada caso, cuál es la contradicción principal. Por ejemplo:

Cuando se impusieron distintas dictaduras en los años 70 en Nuestra América, la contradicción principal quedó establecida entre el bloque empresarial-militar-eclesial dirigido por los EEUU, por un lado, y los distintos bloques democráticos, por el otro, que incluyeron a las fuerzas del pueblo y también a sectores de la burguesía que estaban a favor de una salida democrática.

Otro caso: cuando EEUU invadió Panamá en 1989, la contradicción principal en esa etapa estuvo definida por la lucha nacional contra la ocupación imperialista. Las organizaciones populares se aliaron con todos los sectores decididos a confrontar la invasión, dejando momentáneamente en un plano secundario las contradicciones de clase.

Esos ejemplos muestran que la contradicción principal, en determinados períodos, no se corresponde con el antagonismo que define el modo de producción. Sin embargo –y por eso mismo– es importante que las fuerzas populares no pierdan de vista la contradicción fundamental (es decir, su objetivo estratégico). Tener en claro el horizonte anticapitalista será determinante para establecer las alianzas que se desprendan de la caracterización de cada etapa; una política revolucionaria siempre buscará hegemonizar esas confluencias para garantizar la acumulación de fuerzas y evitar que sean otros vectores funcionales al sistema los que ganen la pulseada por la dirección de la lucha política y social.

Siguiendo con los ejemplos históricos: en 1979 el pueblo nicaragüense venció a la dictadura con un frente democrático; al momento del desenlace de esa lucha se impusieron las fuerzas revolucionarias y los sectores burgueses quedaron a la cola. Ese es un caso exitoso de cómo resolver a favor del pueblo una contradicción principal que no era necesariamente anticapitalista. Por el contrario, en Argentina, cuando se forzó el fin de la dictadura en 1983, quedaron a cargo de la salida democrática distintas facciones de la burguesía y los sectores populares debieron asumir la apertura de un nuevo ciclo político desfavorable al que algunos analistas denominaron “democracia de la derrota”. En ese caso, la correlación de fuerzas tras el aniquilamiento de las organizaciones revolucionarias no dejó margen para mucho más; sin embargo, reconocer eso no implica asumir esa desventaja como un dato inmodificable de la realidad. Cuando la derrota es ideológica además de política, suele suceder que una condición desfavorable temporal se convierte en resignación y se pierden de vista o dejan de lado los objetivos estratégicos del campo popular.

La identificación de la contradicción principal permite caracterizar una etapa concreta; más acotada que la época histórica (determinada por el modo de producción: en nuestra realidad, el capitalismo), pero más amplia que la coyuntura (definida por los cambios de más corto plazo). A la vez, tener en claro cuál es la contradicción principal resulta imprescindible para definir cuál será el bloque de fuerzas (incluyendo aliados) que los sectores revolucionarios deberán construir contra el enemigo tal cual se expresa en esa etapa (que puede estar caracterizada por la necesidad de derrotar a un gobierno antipopular, una dictadura, la implementación de un modelo neoliberal, el avance del fascismo, etc.).

Teniendo en cuenta esa caracterización, se podrá elaborar una estrategia para esa etapa en particular.

Peresson señala algunas categorías que, aun cuando las consideramos un tanto esquemáticas, resultan útiles para dar cuenta del significado de la estrategia para la etapa:

Deberá definirse una estrategia defensiva –plantea Peresson– cuando las fuerzas dominantes tienen más poder que el conjunto de las fuerzas populares y sus aliados. Las tareas del campo popular en ese caso pasarán por defenderse luchando: preservar fuerzas, dar las batallas posibles con el fin de limitar el reflujo y volver a acumular.

Si se caracteriza que hay condiciones para el ascenso del movimiento popular podrá tener lugar una estrategia que se proponga responder ante cada medida del gobierno antipopular con iniciativa propia, disputando la agenda política, comenzando a ganar pequeñas batallas que vayan cimentando el camino para librar otras luchas más decisivas.

Cuando la lucha social y política entra en un momento de equilibrio, la estrategia para la etapa deberá contemplar que las clases dominantes seguramente se muestren incapaces de sostener la gobernabilidad por medio del consenso o incluso del uso de la fuerza, pero a la vez las fuerzas del pueblo no cuenten con la capacidad suficiente para imponer su proyecto alternativo.

Recién se podrá establecer una estrategia que implique el paso a la ofensiva cuando el bloque de fuerzas populares considere que puede imponer su programa y derrotar a las clases dominantes.

Difícilmente la caracterización de la etapa y la definición de la estrategia se correspondan con categorías tan nítidas: cada momento tendrá avances y retrocesos, flujos y reflujos que harán más compleja la definición de las líneas de acción.

Más allá de la validez de estos conceptos, la lucha política dista de ser una ciencia exacta; más bien se asemeja a un "arte" en manos de pueblos diversos que, además, no “crean” en el vacío, sino mediados por la dificultad de tener en frente a las clases capitalistas que detentan el poder.

 

Coyuntura: El aquí y ahora, las tácticas

El análisis de coyuntura es el análisis de la lucha de clases en una sociedad determinada, en un momento puntual. Su objetivo es definir las tácticas de lucha que permitan variar la correlación de fuerzas a favor del pueblo, sin perder de vista los objetivos de la etapa y el objetivo estratégico de largo plazo.

De los conceptos que desarrollamos hasta ahora, seguramente éste sea el más tenido en cuenta en la militancia. Por un lado, su sentido de cotidianeidad explica esa particularidad. Pero, a la vez, hay en este hábito un signo que reafirma el diagnóstico de partida: el coyunturalismo, el tacticismo, suelen ser desviaciones de la práctica militante que absolutizan las necesidades del corto plazo en desmedro de los elementos de análisis de más largo aliento.

En tal sentido, hemos aprovechado el espacio que nos brinda este artículo para desarrollar los conceptos anteriores, más olvidados y menos frecuentes en la militancia en la actualidad, por lo que no abundaremos en este apartado sobre la coyuntura.

 

A modo de conclusión

En su trabajo, Peresson brinda un cuadro que, recreado y modificado a los fines de este texto, resulta útil para repasar los conceptos que desarrollamos más arriba:

 

Amplitud temporal del análisis

De qué depende

Ejemplo

Qué la define

Qué surge de su análisis

Temporalidad

Época

 

Estudio del modo de producción dominante

Capitalismo

Contradicción fundamental: en el capitalismo, dueños de los medios de producción / trabajadores

Objetivo estratégico: revertir el orden social injusto, dar lugar a una sociedad de valores humanitarios, de igualdad y libertad

Pueden ser siglos: el capitalismo lleva varios

Etapa

 

Estudio de la formación social concreta

Dentro del capitalismo, puede haber ciclos marcados por determinado paradigma económico (neoliberalismo), o por factores políticos (dictaduras, procesos nacional-populares, etc.)

Contradicción principal, según el estudio de la formación social concreta

La elaboración de una estrategia concreta para la etapa, aun cuando no se llegue a concretar el socialismo

Pueden ser años, incluso décadas; por ejemplo, el neoliberalismo en América Latina

Coyuntura

 

Análisis del momento actual: aquí y ahora

Avance de las luchas, acumulación de fuerzas, confrontación en las calles, etc.

Correlación de fuerzas. Estudio de la realidad concreta en cada momento puntual

Tácticas para avanzar, o para no retroceder si fuera el caso. No deben contradecir la estrategia general de la etapa ni el objetivo estratégico. Reivindicaciones específicas.

Puede ser de meses (campañas electorales) semanas (un plan de lucha), o incluso días (paro nacional, estallido social)

 

Una expresión utilizada en los balances de los movimientos revolucionarios tras ciclos de derrota señala que “no hay que tirar el agua sucia con el bebé”. Es decir que, aun cuando la autocrítica sea necesaria para sacarnos de encima enfoques erróneos y prácticas incorrectas que pudieron haber cimentado el camino de un fracaso, hay que saber diferenciar lo esencial del proyecto de cambio y preservarlo, para que no se nos pierda en el descarte de lo que se hizo mal.

En el plano teórico, muchos sectores de las izquierdas revolucionarias parecen haber descartado a la criatura al momento de buscar limpiarse de los errores cometidos.

La deriva incierta de los movimientos de izquierda en esta etapa histórica se retroalimenta con un notorio déficit de formación política. La desacumulación de fuerzas operó también en el plano ideológico.

Por eso apostamos, en estas líneas, a recuperar bagajes teóricos y conceptuales para la acción política con un horizonte revolucionario. Aun cuando éstos sean pasibles de ser criticados, aun cuando sean válidas ciertas alertas antidogmáticas y llamados a la reelaboración. Hay, en esta propuesta, un intento por preservar lo esencial del descarte. Para los tiempos que corren –y sobre todo para los que se vienen–, volver a la esencia de los proyectos revolucionarios será una tarea fundamental.


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Cuaderno de Peressonhttps://drive.google.com/file/d/16-gQ-xOH0vLCUrDeRAQ4N5D4avTnFnMB/view?usp=sharing