Metodología
En la militancia solemos usar expresiones
particulares. Algunas provienen de los estudios militares: vanguardia,
estrategia, táctica, correlación de fuerzas. Otras, de las ciencias sociales:
estructura, clases dominantes, modo de producción, formación social. Por lo
general, no son términos que estén incorporados en el habla cotidiana de
nuestro pueblo. Sin embargo, expresan conceptos necesarios para el análisis de
la realidad. No hay que convertirlas en latiguillos, frases hechas o simple
jerga militante, pero, aunque a veces suenen “aparatosas”, tampoco hay que
descartarlas.
Pretender que nuestras formas de interpretar
la realidad sean comprensibles para nuestro pueblo es una virtud y una
necesidad de la militancia popular. Eso no significa “achatar” las ideas, dejar
de lado los análisis profundos. Las sociedades contemporáneas son complejas;
debemos ser capaces de dar cuenta de esa complejidad para poder planificar la
estrategia que apunte a cambiar el orden social injusto que nos oprime. No se
puede modificar lo que no se conoce.
Para resolver esa tensión resulta útil comprender
los conceptos con nitidez. Si la idea es clara, será más fácil expresarla con
claridad. Por eso, en las líneas que siguen nos proponemos repasar algunos
conceptos básicos para el análisis político desde un lenguaje popular,
accesible, que a la vez no se quede en una mirada superficial.
Para ello recalamos, en esta ocasión, en un
trabajo de Mario Peresson, educador y teólogo salesiano nacido en Mosquera,
Cundinamarca. Peresson estudió Teología en Roma en el marco del Concilio
Vaticano II y, al regresar a Colombia, se identificó con la Teología de la
Liberación. “Me dejé cuestionar por el cuestionamiento social”, reflexionó. En
1979, apenas los sandinistas tomaron el poder en Nicaragua, se sumó a la
Cruzada de Alfabetización de la revolución. Allí conoció a Paulo Freire. A
partir de esa experiencia, el marxismo latinoamericano se terminó de imbricar
con su sólida formación teológica y teórica.
En el cuaderno Análisis de estructura. Análisis de coyuntura. Metodología (1989), Peresson entrecruza la educación popular y la Investigación-Acción Participativa con las categorías marxistas de interpretación de la sociedad.
Son señalamientos válidos. Digamos, a favor de
Peresson, que su trabajo no cae en esos extremos. De todos modos, alertados del
riesgo, nos propusimos reforzar en este artículo el carácter dialéctico de la propuesta
metodológica y matizarla con el aporte de otras tradiciones (los conceptos de
Gramsci sobre bloque histórico, hegemonía, alianzas sociales, etc., aun cuando
en estas líneas no los abordamos en profundidad, resultan valiosos complementos
que enriquecen las categorías de análisis que repasaremos a continuación).
Modo de producción, contradicción fundamental,
objetivo estratégico
Peresson comienza explicando que toda sociedad funciona según un modelo general que se expresa en distintos planos: el nivel económico (la propiedad de la tierra y de las empresas, los salarios, las tarifas, etc.); el nivel social y político (el Estado, las leyes, la policía, los hospitales públicos, las instituciones, las organizaciones sociales); y el nivel ideológico (las ideas dominantes, los medios de comunicación, la educación, las iglesias, etc.).
Karl Marx dedicó su producción teórica más
sólida a fundamentar que, en el capitalismo, la base económica es determinante.
No se trata de una determinación lineal ni inamovible: la economía es
determinante en última instancia
–aclaró el alemán–, porque en ocasiones puede ser la política o el plano de las
ideas los que jueguen un rol fundamental. Entre esas distintas variables hay
una relación dialéctica.
El plano económico está conformado por el
conjunto de las relaciones sociales de producción, es decir, por las relaciones
entre las personas a la hora de producir. En esas relaciones influyen la
propiedad o la carencia de los medios de producción, la apropiación del beneficio
que esa condición genera, etc. Esas relaciones definen el modo de producción.
El modo de producción capitalista se basa en
un conflicto de intereses determinante que constituye los cimientos y
condiciona todas las demás relaciones. A ese antagonismo lo llamaremos, con
Peresson, contradicción fundamental. Es la que se da entre los dueños de
los medios de producción (burgueses, capitalistas) y quienes, privados de esos
medios, solo cuentan con su fuerza de trabajo para vender (obreras/os,
jornaleros/as, empleadas/os, desocupados/as); es decir, entre el capital y el
trabajo. Sin embargo, esto resulta así de nítido solo en el plano teórico. No
solamente los dueños de empresas, fábricas o campos son privilegiados: hay
políticos corruptos, gerentes, narcotraficantes y hasta futbolistas o estrellas
de la música que son multimillonarios. En el otro extremo de la contradicción,
no solo quienes venden su fuerza de trabajo son explotados: también lo son los
estudiantes de las clases populares, las travestis, los propietarios de
pequeñas parcelas de tierras, las mujeres que realizan las tareas de cuidado y
del hogar, los pueblos originarios. Hay opresiones que van más allá del
capital, como dan cuenta las luchas feministas que libran una batalla
determinante por denunciar y combatir las injusticias que se desprenden del
orden patriarcal.
Sin embargo, en lo que respecta al capitalismo
como modo de producción, el choque entre los dueños de todo y los que nada
tienen sigue siendo lo que ordena a este sistema desde su raíz.
La expansión del capitalismo abarcó a todo el
mundo a fuerza de invasiones imperialistas (desde Europa primero, EE.UU.
después). Eso provocó que, a nivel internacional, tomara cuerpo otro tipo de
antagonismo: el que se da entre países imperialistas y países dominados (ya sea
por invasiones militares, como en Medio Oriente, o económicamente, como en la
mayor parte de Nuestra América). Así como hay que entender a cada sociedad en
su totalidad, también hay que entender a la “sociedad global” en su totalidad y
saber qué lugar ocupa cada región y cada país en ese funcionamiento global.
En América Latina hubo quienes enriquecieron
los aportes de Marx y sumaron sus propios marcos interpretativos al estudiar
fondo la realidad de las poblaciones originarias, el capitalismo dependiente,
las vías de la liberación nacional, etc. El peruano José Carlos Mariátegui
interpretó la situación del campesinado de su país y dejó un legado fundamental
para todo el continente. Fidel Castro estudió la composición de su pueblo y la
describió más allá de cualquier esquematismo, en toda su complejidad: “la gran masa
irredenta, (...) los 700 mil que están sin trabajo, (...) los 500 mil obreros
del campo, (...) los 400 mil obreros industriales y braceros, (...) los 100 mil
agricultores pequeños, (...) los 30 mil maestros y profesionales, (...) los 20
mil pequeños comerciantes, (...) los 10 mil profesionales jóvenes”. Son cientos los
estudios y las luchas que aportaron a definir un propio bagaje ideológico e
identitario para interpretar y delinear las perspectivas emancipatorias desde
nuestra propia realidad continental.
La
comprensión del modo de producción y de la contradicción fundamental nos
permite establecer un objetivo estratégico. No vamos a
abundar en estas escasas líneas sobre las revoluciones que se propusieron
avanzar hacia el socialismo a lo largo del último siglo. Digamos –mínimamente–
que, si se entiende a cabalidad la condición esencialmente explotadora del
capitalismo, no habrá otra posibilidad de liberación que no sea confrontándolo,
derrotándolo y construyendo un nuevo sistema, un nuevo modo de producción que
dé lugar a una nueva sociedad guiada por el humanismo, la igualdad y libertad.
La caracterización del modo de producción dominante, el establecimiento de la contradicción fundamental y la definición del objetivo estratégico se corresponden con la categoría temporal de época. Hacia el final de estos apuntes veremos esta delimitación en comparación con las nociones de etapa y coyuntura.
Formación
social concreta, contradicción principal, definición de la estrategia
El concepto formación social refiere a la conformación específica de una sociedad, más allá de la noción abstracta de modo de producción. Peresson define formación social como “la totalidad social concreta, históricamente determinada, estructurada a partir de la forma como se articulan las diferentes relaciones de producción y a la manera específica como se relacionan los diversos niveles de esa sociedad”.
Su estudio
requiere el análisis concreto de la realidad concreta. Por ejemplo, distintos
sectores al interior de la burguesía pueden disputar políticamente entre sí:
conservadores, neoliberales, socialdemócratas, ultraderechistas. Analizar la
formación social nos permite ir más allá del señalamiento genérico
("capitalistas”) y nos ayuda a entender a qué intereses económicos
responde cada vertiente. ¿Cómo se agrupan los distintos sectores de las clases
sociales? ¿Qué relaciones establecen entre sí? ¿Qué intereses concretos
defiende cada sector?
La noción
de clase es fundamentalmente
económica y está definida según el lugar que cada quien ocupa en relación al
proceso productivo y la propiedad de los medios de producción. El concepto sectores sociales también nos resulta
útil porque expresa a grupos que pueden identificarse con diversas
particularidades: étnicas (pueblos originarios), de género (mujeres y
diversidades), medioambientales (ecologistas). Se trata de realidades que
tienen su peso propio, aunque también en esos casos hay que prestar atención a
la condición de clase de los sujetos
que expresan cada reivindicación (por ejemplo, existe un ambientalismo que
busca armonizar su agenda con los intereses de las grandes empresas; de ese
modo pierde eficacia y termina siendo cómplice de la depredación capitalista
sobre el planeta).
Del estudio
de una formación social concreta se desprenden contradicciones que son más
específicas que la contradicción fundamental (que, como vimos, tiene que ver
con el modo de producción). En determinados períodos históricos, hay
contradicciones sociales que son más determinantes que otras. Será importante
establecer, en cada caso, cuál es la contradicción principal. Por
ejemplo:
Cuando se
impusieron distintas dictaduras en los años 70 en Nuestra América, la
contradicción principal quedó establecida entre el bloque
empresarial-militar-eclesial dirigido por los EEUU, por un lado, y los
distintos bloques democráticos, por el otro, que incluyeron a las fuerzas del
pueblo y también a sectores de la burguesía que estaban a favor de una salida
democrática.
Otro caso:
cuando EEUU invadió Panamá en 1989, la contradicción principal en esa etapa
estuvo definida por la lucha nacional contra la ocupación imperialista. Las
organizaciones populares se aliaron con todos los sectores decididos a
confrontar la invasión, dejando momentáneamente en un plano secundario las
contradicciones de clase.
Esos
ejemplos muestran que la contradicción principal, en determinados períodos, no
se corresponde con el antagonismo que define el modo de producción. Sin embargo
–y por eso mismo– es importante que las fuerzas populares no pierdan de vista
la contradicción fundamental (es decir, su objetivo estratégico). Tener en
claro el horizonte anticapitalista será determinante para establecer las
alianzas que se desprendan de la caracterización de cada etapa; una política
revolucionaria siempre buscará hegemonizar esas confluencias para garantizar la
acumulación de fuerzas y evitar que sean otros vectores funcionales al sistema
los que ganen la pulseada por la dirección de la lucha política y social.
Siguiendo
con los ejemplos históricos: en 1979 el pueblo nicaragüense venció a la
dictadura con un frente democrático; al momento del desenlace de esa lucha se
impusieron las fuerzas revolucionarias y los sectores burgueses quedaron a la
cola. Ese es un caso exitoso de cómo resolver a favor del pueblo una
contradicción principal que no era necesariamente anticapitalista. Por el
contrario, en Argentina, cuando se forzó el fin de la dictadura en 1983,
quedaron a cargo de la salida democrática distintas facciones de la burguesía y
los sectores populares debieron asumir la apertura de un nuevo ciclo político
desfavorable al que algunos analistas denominaron “democracia de la derrota”.
En ese caso, la correlación de fuerzas tras el aniquilamiento de las
organizaciones revolucionarias no dejó margen para mucho más; sin embargo,
reconocer eso no implica asumir esa desventaja como un dato inmodificable de la
realidad. Cuando la derrota es ideológica además de política, suele suceder que
una condición desfavorable temporal se convierte en resignación y se pierden de
vista o dejan de lado los objetivos estratégicos del campo popular.
La identificación
de la contradicción principal permite caracterizar una etapa concreta; más
acotada que la época histórica
(determinada por el modo de producción: en nuestra realidad, el capitalismo),
pero más amplia que la coyuntura
(definida por los cambios de más corto plazo). A la vez, tener en claro cuál es
la contradicción principal resulta imprescindible para definir cuál será el
bloque de fuerzas (incluyendo aliados) que los sectores revolucionarios deberán
construir contra el enemigo tal cual se expresa en esa etapa (que puede estar
caracterizada por la necesidad de derrotar a un gobierno antipopular, una
dictadura, la implementación de un modelo neoliberal, el avance del fascismo,
etc.).
Teniendo en
cuenta esa caracterización, se podrá elaborar una estrategia para esa etapa
en particular.
Peresson
señala algunas categorías que, aun cuando las consideramos un tanto
esquemáticas, resultan útiles para dar cuenta del significado de la estrategia
para la etapa:
Deberá
definirse una estrategia defensiva –plantea
Peresson– cuando las fuerzas dominantes tienen más poder que el conjunto de las
fuerzas populares y sus aliados. Las tareas del campo popular en ese caso
pasarán por defenderse luchando:
preservar fuerzas, dar las batallas posibles con el fin de limitar el reflujo y
volver a acumular.
Si se
caracteriza que hay condiciones para el ascenso
del movimiento popular podrá tener lugar una estrategia que se proponga
responder ante cada medida del gobierno antipopular con iniciativa propia,
disputando la agenda política, comenzando a ganar pequeñas batallas que vayan
cimentando el camino para librar otras luchas más decisivas.
Cuando la
lucha social y política entra en un momento
de equilibrio, la estrategia para la etapa deberá contemplar que las clases
dominantes seguramente se muestren incapaces de sostener la gobernabilidad por
medio del consenso o incluso del uso de la fuerza, pero a la vez las fuerzas
del pueblo no cuenten con la capacidad suficiente para imponer su proyecto
alternativo.
Recién se
podrá establecer una estrategia que implique el paso a la ofensiva cuando el bloque de fuerzas populares considere
que puede imponer su programa y derrotar a las clases dominantes.
Difícilmente
la caracterización de la etapa y la definición de la estrategia se correspondan
con categorías tan nítidas: cada momento tendrá avances y retrocesos, flujos y
reflujos que harán más compleja la definición de las líneas de acción.
Más allá de
la validez de estos conceptos, la lucha política dista de ser una ciencia
exacta; más bien se asemeja a un "arte" en manos de pueblos diversos
que, además, no “crean” en el vacío, sino mediados por la dificultad de tener
en frente a las clases capitalistas que detentan el poder.
Coyuntura: El
aquí y ahora, las tácticas
El análisis de coyuntura es el análisis de la lucha de clases en una sociedad determinada, en un momento puntual. Su objetivo es definir las tácticas de lucha que permitan variar la correlación de fuerzas a favor del pueblo, sin perder de vista los objetivos de la etapa y el objetivo estratégico de largo plazo.
De los
conceptos que desarrollamos hasta ahora, seguramente éste sea el más tenido en
cuenta en la militancia. Por un lado, su sentido de cotidianeidad explica esa
particularidad. Pero, a la vez, hay en este hábito un signo que reafirma el
diagnóstico de partida: el coyunturalismo,
el tacticismo, suelen ser
desviaciones de la práctica militante que absolutizan las necesidades del corto
plazo en desmedro de los elementos de análisis de más largo aliento.
En tal
sentido, hemos aprovechado el espacio que nos brinda este artículo para
desarrollar los conceptos anteriores, más olvidados y menos frecuentes en la
militancia en la actualidad, por lo que no abundaremos en este apartado sobre
la coyuntura.
A modo
de conclusión
En su trabajo, Peresson brinda un cuadro que, recreado y modificado a los fines de este texto, resulta útil para repasar los conceptos que desarrollamos más arriba:
Amplitud
temporal del análisis |
De qué
depende |
Ejemplo |
Qué la
define |
Qué surge
de su análisis |
Temporalidad |
Época |
Estudio del modo de producción dominante |
Capitalismo |
Contradicción
fundamental: en el capitalismo, dueños de los
medios de producción / trabajadores |
Objetivo
estratégico: revertir el orden social injusto, dar
lugar a una sociedad de valores humanitarios, de igualdad y libertad |
Pueden ser siglos: el capitalismo lleva varios |
Etapa |
Estudio
de la formación social concreta |
Dentro del capitalismo, puede haber ciclos
marcados por determinado paradigma económico (neoliberalismo), o por factores
políticos (dictaduras, procesos nacional-populares, etc.) |
Contradicción
principal, según el estudio de la formación
social concreta |
La elaboración
de una estrategia concreta para la
etapa, aun cuando no se llegue a concretar el socialismo |
Pueden ser años, incluso décadas; por ejemplo,
el neoliberalismo en América Latina |
Coyuntura |
Análisis del momento actual: aquí y ahora |
Avance de las luchas, acumulación de fuerzas,
confrontación en las calles, etc. |
Correlación
de fuerzas. Estudio de la realidad concreta en
cada momento puntual |
Tácticas para avanzar, o para no retroceder si fuera el caso. No deben
contradecir la estrategia general de la etapa ni el objetivo estratégico.
Reivindicaciones específicas. |
Puede ser de meses (campañas electorales)
semanas (un plan de lucha), o incluso días (paro nacional, estallido social) |
Una
expresión utilizada en los balances de los movimientos revolucionarios tras
ciclos de derrota señala que “no hay que tirar el agua sucia con el bebé”. Es
decir que, aun cuando la autocrítica sea necesaria para sacarnos de encima
enfoques erróneos y prácticas incorrectas que pudieron haber cimentado el
camino de un fracaso, hay que saber diferenciar lo esencial del proyecto de
cambio y preservarlo, para que no se nos pierda en el descarte de lo que se
hizo mal.
En el plano
teórico, muchos sectores de las izquierdas revolucionarias parecen haber
descartado a la criatura al momento de buscar limpiarse de los errores
cometidos.
La deriva
incierta de los movimientos de izquierda en esta etapa histórica se retroalimenta
con un notorio déficit de formación política. La desacumulación de fuerzas
operó también en el plano ideológico.
Por eso
apostamos, en estas líneas, a recuperar bagajes teóricos y conceptuales para la
acción política con un horizonte revolucionario. Aun cuando éstos sean pasibles
de ser criticados, aun cuando sean válidas ciertas alertas antidogmáticas y
llamados a la reelaboración. Hay, en esta propuesta, un intento por preservar
lo esencial del descarte. Para los tiempos que corren –y sobre todo para los
que se vienen–, volver a la esencia de los proyectos revolucionarios será una
tarea fundamental.
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Cuaderno de Peresson: https://drive.google.com/file/d/16-gQ-xOH0vLCUrDeRAQ4N5D4avTnFnMB/view?usp=sharing