6 de junio de 2009

Arte por el cambio social

 Presentación del libro Gráfica Política, de Florencia Vespignani (El Colectivo, 6/5/2009)

…y ahora, agrupados en un libro. Después de trajinar por paredes, afiches, remeras, publicaciones y banderas, los trabajos de Flor se reúnen esta vez bajo otro formato: rectangular, delimitado, pero con el mismo espíritu libertario; hechos para que circulen, se copien, se reproduzcan, motiven, emocionen. Después de todo, estas páginas son sólo “un lugar más”. Y es la Editorial El Colectivo la que ofrece ese lugar, la que permite reproducir los trabajos de las paredes y las banderas en el papel. Es esta querida editorial militante la que se propuso, desde sus orígenes, que los intelectuales –y los artistas– no se dediquen a arrojar al inmenso océano social “botellas con mensajes” con la expectativa de que éstos lleguen (¿esclarecedores? ¿concientizadores?) a una u otra playa, sino que esas botellas sean usadas en cambio para partir cabezas. En el marco de este proyecto y no otro cobra real sentido la publicación de esta Gráfica Política.

Nos preguntamos, debatimos: trabajos como éstos que aquí presentamos ¿son “obras de arte”? La creación de estas obras ¿se explica sólo por la capacidad individual de quien las realizó finalmente? Los textos que, para acompañar los trabajos de Flor, nos ofrecen nuestros amigos y amigas, compañeros y compañeras, poetas y artistas, nos permiten construir un diálogo de múltiples voces y elaborar algunas certezas.

Dicen Miguel Mazzeo y Mariano Pacheco, desde una teoría de la praxis: “Para algunos, (el arte por el cambio social) no es arte porque se desarrolla por fuera de todo espacio de legitimación instituido como artístico. Por lo tanto este también es un frente de batalla: legitimar su propio espacio como espacio artístico, con sus circuitos sin galerías, sin curadores, sin filtros, sin comités de selección, (…) sin mercado”. Y acota Nati, también ella artista plástica y militante: “La producción de Flor se vislumbra en consonancia con otras prácticas artísticas ligadas a los movimientos sociales en donde se privilegia la participación, la intervención, la socialización de la producción”. Entonces se nos va construyendo la certeza de que muchos de estos trabajos sólo son posibles como resultado de la lucha popular: no podrían existir si no existieran los Movimientos de Trabajadores Desocupados, las asambleas barriales, la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001, las alegrías y los padecimientos cotidianos de nuestro pueblo, las reflexiones colectivas sobre género y feminismo. Nuestras compañeras de militancia suman su testimonio: “(estos trabajos) representan esa gráfica política que todos construimos y vos sabés transmitir” dice La Tana, y Yanina agrega: “somos nosotros y nosotras haciéndonos visibles de otra forma, desde el arte popular”. A su turno, el gran León Ferrari intuye, conoce, le dice a Flor: “sucede que en tus obras se nota que las estás haciendo desde los lugares y con la gente que pintás, hacés arte desde adentro de la lucha. Esto las diferencia de las obras de los artistas que, compartiendo las ideas, las pintan desde afuera. Las tuyas tienen la convicción y la fuerza de quien está luchando.”

Es cierto, concluimos. Sin la experiencia de lucha de nuestro pueblo no existiría este arte por el cambio social. Pero, a su vez, sin el arte popular ¿tendría el mismo sentido la lucha por una nueva sociedad? Las subjetividades interactúan, las necesidades se entremezclan. “¿Podés sugerir una ilustración para este afiche?”, “hace falta diseñar la tapa de la revista”, “¿cómo reproducimos aquel dibujo al tamaño más grande de una bandera?”, suelen demandar, con fraternidad, compañeros y compañeras de distintos lados. Saben que los trabajos resultantes del cruce natural entre el arte y la militancia expresarán las realidades y los anhelos populares. “No es arte de vanguardia ni de retaguardia. Se mueve al ritmo del pueblo” especifica Claudia Korol con sencillez. Y al ritmo del pueblo, también, la obra de Flor “se alzó en los paredones, en las pancartas y afiches, en los fondos y en los frentes, sobre cualquier género o papel, en todo espacio, en lo material que nos cubre y en el espíritu que nos desnuda, aún en el agua y en los sueños (…) allí donde fuera posible reproducirla por millares, con la humilde, poderosa y optimista capacidad del stencil” describe con belleza, siempre generoso, Vicente Zito Lema. Mariano vuelve a intervenir, va más allá y asocia la reproducción del arte popular a la multiplicación del ejemplo de quienes dejaron su vida en el intento por parir un mundo nuevo: “Imágenes que, como el ejemplo de Kosteki y Santillán, proliferan por aquí y por allá, se multiplican (…) Son dibujos producidos para que su recepción sea colectiva, masiva (…) Porque los trabajos de Flor nos permiten a todos, a todas, ingresar al universo de los sentimientos, y entablar un vínculo emocional con la lucha”. Finalmente quien nos interpela es la propia Flor, que nos ofrece en las últimas páginas sus trabajos más personales, menos conocidos, advirtiéndonos que “lo privado es político”. De esta manera logra que estas obras personales, algunas de ellas intimistas, adquieran una coherencia inusual con un conjunto de imágenes públicas, decididamente políticas (en el sentido profundo, transformador de la palabra).

Entonces, después de este abanico de voces lúcidas, reafirmamos: estos trabajos merecían estar, también, agrupados en este libro. Al igual que sucede con los murales y las banderas, pretendemos que esta publicación se transforme en “una herramienta más de lucha” como dijimos en la prehistoria de esta Editorial, allá por los meses calientes de 2002, cuando presentamos Darío y Maxi, dignidad piquetera, aquel otro testimonio de vida en forma de libro cuya ilustración de tapa –que reproducimos en estas páginas– también es obra de Flor, y no es casualidad.