18 de abril de 2012

¿Qué tipo de “herramienta política” para qué estrategia?

El número 2 de Batalla de Ideas incluyó el artículo de Martín Ogando Una incitación a la incomodidad. Nueva izquierda y disputa institucional. [Con Joaquín Gómez y Federico Orchani]. En Batalla de Ideas (Ar)


“Es necesario empezar a dar en toda su plenitud este debate, sin especulaciones, con respeto por todas las posiciones y aprovechando las grandes coincidencias y la enorme confianza entre un número importante de organizaciones de la izquierda independiente” (2011: 164), plantea allí el autor. Coincidimos, y gracias a la generosidad de los y las compas de la Juventud Rebelde 20 de diciembre, intentaremos transmitir algunas ideas que circulan en nuestros ámbitos militantes. Aún como parte de un debate abierto, aportamos estas reflexiones con el máximo interés por el destino común.

Saludamos el espíritu inconformista y la audacia que recorre el artículo de Ogando, los mismos valores que motivan al conjunto de la militancia de la nueva izquierda independiente que se propone siempre ir por más. Hacemos nuestras las palabras del compañero Aldo Casas, quien ante un auditorio colmado de jóvenes militantes en el cierre del 1er Foro Nacional por un Proyecto Emancipador de la COMPA afirmó: “Las revoluciones son siempre intempestivas, vienen a romper el tiempo de la explotación. Nosotros construimos y luchamos con nuestros tiempos, asumimos la resistencia y la construcción de poder popular con pensamientos, prácticas y proyección estratégica anticapitalista”. Estamos convencidos que la realidad actual de nuestro pueblo, y de nuestras fuerzas militantes, reclama encontrar las mejores formas de intervenir con otra política y otra forma de hacer política: ese convencimiento y ese espíritu nos anima en este debate.

Martín agrega en su artículo reflexiones novedosas sobre los límites de los procesos de organización popular de las últimas décadas, y propone superarlos. Coincidimos con el señalamiento de los riesgos de que “prime el corporativismo y el enamoramiento” por nuestras construcciones locales o sectoriales. También es real el peligro de burocratizar las propias construcciones de base y “caer en el sopor administrativo y el quietismo conservador”. Y debemos evitar la trampa del pragmatismo y del menosprecio por la teoría. En síntesis: para no quedar limitados a concepciones basistas, hay que hacer política. O, mejor: cuando le proponemos a nuestro pueblo organizarnos para luchar en defensa de sus –nuestras– necesidades concretas (luchas reivindicativas, sectoriales) o por necesidades de la comunidad (luchas locales o regionales), debemos a la vez promover una perspectiva de transformación integral que supone un horizonte que va más allá de lo particular: una perspectiva política. Esta es una buena base de acuerdo. Avancemos entonces a partir de estas coincidencias.
Herramienta política común: ¿“estratégica” o electoral?
El artículo referido comienza con una definición tajante: “Nos acompaña desde hace tiempo una convicción: cada una de nuestra actividades militantes, cada aporte cotidiano, cada línea escrita tiene el objetivo de aportar en la construcción de una herramienta política emancipatoria y anticapitalista” (Ogando, 2011: 153). Si bien tal definición parece dejar de lado otros planos imprescindibles de disputa contrahegemónica, no haremos eje en esta cuestión, más allá de este señalamiento. Conocemos y compartimos las prácticas militantes de la Juventud Rebelde 20 de diciembre, y sabemos cuán amplia variedad de actividades desarrollan en función de otros ejes de construcción contrahegemónica que exceden ampliamente la sola construcción orgánica, como parece indicar la frase: la creación de poder popular y el desarrollo de organizaciones de base, la disputa de instancias gremiales, la creación de medios de comunicación populares o el impulso de espacios amplios de unidad, son prácticas que implican dedicaciones militantes que van mucho más allá de la centralidad exclusiva –y excluyente– que la afirmación precedente parece otorgar a “la construcción de la herramienta política”.

Dicho esto, nos parece más pertinente debatir qué entendemos por “herramienta política”, sobre todo cuando se propone una “herramienta política común”, “de síntesis estratégica”, que debe abordar la “disputa electoral como momento insoslayable” de la etapa actual. ¿Se refiere el artículo al avance hacia una síntesis superadora, en el plano orgánico, de las parcialidades de la nueva izquierda en un sentido estratégico? ¿O lo que plantea es dar forma a una herramienta política específicamente electoral como necesidad de la etapa? Aún si entendemos que estas dos cuestiones puedan ser necesarias, no son lo mismo. Y por eso implican caracterizaciones, tareas y desafíos específicos de distinta índole.
a. La herramienta política de “síntesis estratégica”
Efectivamente, la nueva izquierda necesita mayores síntesis. Es un espacio joven y con mucha potencia, heredero en gran medida del 2001, aunque todavía con niveles de dispersión que imponen la búsqueda de mayores y más sólidas instancias de unidad.1 Esta afirmación vale tanto para la búsqueda de síntesis orgánicas (herramienta política), como en lo que refiere a la búsqueda incansable de mayores y mejores planos de unidad en espacios amplios de coordinación con otras fuerzas populares, en frentes de confluencia reivindicativos, en experiencias unitarias para disputas o construcciones gremiales, etc. En cada caso, se trata de necesidades de primer orden, para el momento actual y pensando en el largo plazo. Si hablamos de una necesidad “estratégica”, no estará de más repasar algunas definiciones que, tal vez por obvias en algunos casos o por considerarlas grandilocuentes en otros, suelen quedar fuera de nuestros análisis y discursos.2
Nuestro objetivo. Entendemos que la nueva izquierda independiente se enmarca en la tradición de luchas revolucionarias por la emancipación de la humanidad. Propone la construcción de una sociedad de iguales, que podríamos llamar socialista por afinidad con el ideario emancipador expresado en tantas experiencias históricas que nos precedieron, aunque para diferenciarlo de los “socialismos reales” del siglo XX y sus limitaciones podemos referirnos a la necesidad de un socialismo desde abajo o libertario. Nuestro objetivo estratégico, nuestra tarea histórica, entonces, es derrotar al capitalismo, el patriarcado y el colonialismo como sistemas de opresión, para sentar las bases de una sociedad de iguales.

Una definición estratégica. A riesgo de ser demasiado esquemáticos, digamos que la estrategia es la forma en que se traza el camino (la vía) al objetivo final. Expresa el “cómo” lograr el objetivo de derrotar los sistemas de opresión y construir la sociedad de iguales que anhelamos. Esto se viene intentando desde hace siglos, incluye avances y retrocesos, y deja enseñanzas que tomamos para reintentar una nueva ofensiva para vencer. Algunas experiencias históricas intentaron avanzar en el marco de la lógica política burguesa con la ilusión de derrotar al sistema “ganando terreno” a través de crecientes reformas democráticas. En otros casos se intentaron vías de ruptura, que por medio de insurrecciones o la confrontación armada terminaran con el control del Estado en manos de una fuerza revolucionaria. Ambas vías mostraron sus limitaciones históricas: hoy en día hay capitalismo (aunque en crisis) en todo el planeta. Aún así, los balances para los anticapitalistas ameritan valoraciones distintas. A fuerza de claudicaciones estratégicas, la socialdemocracia reformista terminó renegando de su carácter anticapitalista y fue integrada como una variante “suave” de la misma lógica de explotación del Capital. La vía revolucionaria generó más expectativas ya que logró derrotar al capitalismo y durante algunas décadas se construyeron experiencias de referencia para los revolucionarios del siglo XX (URSS, China, Vietnam, Nicaragua). Pero también llevó a grandes frustraciones, entre otras razones, porque el estatismo de los nuevos regímenes (y sus consecuentes verticalismo, reproducción de cúpulas dirigentes escindidas de los dirigidos, etc.) terminó reproduciendo estructuras de dominación que defraudaron las ansias emancipatorias de los pueblos y se convirtieron en fracasos sobre los que avanzó la restauración capitalista (el pueblo de Cuba con su revolución, sin escapar a esas dificultades, resiste heroicamente). El balance histórico que proponemos como punto de partida para la nueva izquierda independiente en la actualidad, configura toda una definición estratégica: la vía hacia el objetivo de construir una sociedad igualitaria sigue pasando por la insistencia en un cambio revolucionario (de raíz) que confronte sin medias tintas con las estructuras y lógicas que propone el Capital; pero a la vez, impone una forma de transitar ese camino revolucionario que no esté escindida del objetivo, es decir, que no reproduzca en su interior esquemas de dominación y que en cambio prefigure lógicas igualitarias de nuevo tipo desde el vamos.
La “herramienta política estratégica”, entonces, deberá preparar las condiciones para esa perspectiva de largo aliento. Esa tarea estará atravesada por definiciones que se convierten en “invariantes” más allá de cada período histórico o etapa: la lucha de clases como motor de la historia en tanto haya sociedades de opresión; el protagonismo directo del pueblo a través de sus organizaciones de base, como sujeto de la historia y como ejecutor de decisiones y acciones que definan su destino; la necesidad de herramientas sociales y políticas para cada necesidad, que eviten reproducir estructuras de dominación al interior del proyecto revolucionario, mediante la puesta en práctica de valores que prefiguren la sociedad por venir. Todas estas son afirmaciones que deben constituirse en principios que acompañen cualquier construcción estratégica, a sabiendas de que lo estratégico será la política que responda a esas “invariantes” (apuntar en cada momento a la movilización y construcción de poder popular, preparar la intervención en las grandes confrontaciones para hacer posible una sociedad que vaya más allá del capital) más que tal o cual modelo organizacional predefinido: todo esquema organizativo a futuro será siempre provisorio, ajustable, perfectible.

A la vez, debemos tener en claro que hablamos de herramienta “política” en un sentido integral (sería más preciso decir, en esta etapa, “herramienta político-social”: de hecho así se consideran hoy gran parte de las organizaciones de la izquierda independiente). Si estamos de acuerdo en esto, podemos coincidir en denominar “herramienta política de síntesis estratégica” a la construcción común que se propone una parte importante de la izquierda independiente. Por ese camino estamos avanzando, este debate debe ser insumo para ello. Es tarea cotidiana no escatimar esfuerzos, de la misma forma que lo es comprender que se trata de una tarea de envergadura que no se resolverá plenamente en el corto plazo. Habrá que ir valorando, entonces, los resultados concretos de cada paso de avance.
b. Una herramienta política para la disputa electoral

El texto de Martín, a la vez que propone la necesidad de una herramienta política como síntesis estratégica, reclama su existencia para abordar el “episodio de disputa electoral como momento insoslayable de acumulación de fuerzas” (2011: 161) en la actualidad. Aún si consideramos a ambas tareas como necesarias será útil dejar en claro que se trata de desafíos distintos y, por lo tanto, que plantean características distintas de lo que en términos generales llamamos “herramienta política”. Si en el punto anterior resultó pertinente repasar el objetivo último de nuestra lucha y la estrategia, en este caso, para considerar la necesidad de una herramienta político-electoral, proponemos un repaso por las definiciones de táctica y caracterización de la etapa.

También a riesgo de esquematismos, proponemos una definición de táctica como toda línea de acción planteada para una etapa o coyuntura que se desarrolla para avanzar en el camino (estrategia). Cuanto más compleja es la lucha, cuanto más adversa la correlación de fuerzas, más variadas y complejas seguramente sean las tácticas necesarias. “Dar un paso atrás para recomponer fuerzas”, “acumular en silencio”, “no combatir en situaciones adversas”, “priorizar una forma de lucha sobre otra” son todas formulaciones tácticas que en sí mismas no son ni buenas ni malas; en todo caso, se demostrarán acertadas o erróneas si acumulan o no para avanzar hacia nuestro objetivo.
Para definir las tácticas, caracterizar la etapa es fundamental, aún asumiendo que su lectura no constituye un dato “objetivo”, sino que está atravesada por subjetividades (los sujetos, su conciencia, sus luchas, el estado del poder popular, las otras organizaciones, etc.) y sobre todo por una cuidadosa evaluación de las “relaciones de fuerza”, a todos los niveles y con toda la complejidad sobre la que nos alertara Gramsci. En el marco de la izquierda independiente se proponen lecturas del momento y las condiciones no del todo homogéneas. En Batalla de Ideas Nº2, Omar Acha afirma: “Una construcción política de la izquierda se hace pensable en el marco de un largo plazo. Es una perspectiva ‘gramsciana’ que reconoce la densidad y complejidad de las mediaciones, demandantes de una teoría del poder diferente a la estatalista. Hoy carecemos de una formación popular consistente” (2011: 150). Nos parece una mirada atendible, en lo que respecta a la madurez de un proyecto integral desde la izquierda que proponga una “teoría del poder diferente a la estatalista” (lo que situamos como necesidad actual pero sobre todo “estratégica”, en el largo plazo). Aún así, asumimos que la etapa demanda, con una urgencia que nos interpela, mayores niveles de intervención política de parte de las organizaciones populares, más allá de los desarrollos y luchas sectoriales y locales.

En ese sentido, “hacer política” es mucho más que presentarse a elecciones. Creemos fundamental, para la nueva izquierda independiente, asumir el “hacer política” desde la no-separación de lo social y lo político. “Politizar lo social y darle carnadura social a lo político” es una frase que define bien nuestra estrategia de construcción de Poder Popular. Organización de base con sentido estratégico, y batalla política con contenido y protagonismo popular. Allí hay un amplio espectro de acción (las consultas populares u otras formas de democracia participativa, las campañas por reformas legislativas, la irrupción del ideario emancipador en los medios masivos, las luchas y movilizaciones que avanzan en un proyecto de transformación integral, etc.). En el marco de este abanico de intervenciones políticas, aparece, ahora sí, la posibilidad electoral. La construcción de una herramienta específica para la disputa electoral, entonces, podrá ser una tarea más para abordar una de las formas específicas de la acción política en esta etapa.

Mientras la herramienta política de síntesis estratégica deberá concebirse para dar respuesta al conjunto de las necesidades políticas que se vayan presentando a largo plazo, una herramienta para la disputa electoral seguramente termine siendo algo así como un “brazo” específico, que requiera esfuerzos específicos, en el marco de la construcción estratégica integral. Tener esto claro es fundamental para no confundir los planos tácticos y estratégicos, para no convertir necesidades tácticas con el todo, para evitar que el conjunto de la política se vaya tiñendo por la ansiedad de una necesidad circunstancial.
Hincando el diente en la posibilidad electoral
Dicho esto, podemos esbozar, para el debate, algunas ideas sobre el plano de disputa específicamente electoral.3 También aquí empezamos nuestra argumentación con una coincidencia con el texto de Martín: las elecciones son “el ámbito por excelencia de la institucionalidad dominante” (2011: 161). Pero digamos más.
“El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes” sentencia el artículo 22 del Capítulo Primero de la Constitución Nacional. Pocas definiciones como esa concentran la esencia misma de la lógica representativa liberal, su funcionalidad para cualquier esquema de dominación, y su choque (explicitado en esa doble negación: “el pueblo NO delibera NI gobierna”) con las formas de protagonismo directo del pueblo, con la idea emancipatoria de asumir como pueblo nuestro propio destino. ¿Pero acaso toda representación implica dominación? No, pero... Evitemos caer en concepciones políticas idealistas que propongan una horizontalidad extrema e irreal, que cuestionen por ejemplo la validez de elegir referentes, voceros/as o delegados/as (¿no son acaso “representantes” de sus compañeros/as?), porque aún las más consecuentes experiencias de lucha por la emancipación han verificado su necesidad, porque nuestras propias prácticas así lo requieren, si es que pretendemos dar lugar a un cambio social integral, que involucre a millones. Asumimos la lógica delegativa, acompañada de los necesarios anticuerpos –que surgieron de la propia experiencia–, porque conocemos que estamos pisando en terreno hostil en términos de nuestros objetivos estratégicos de igualdad cuando asumimos las lógicas de la representación liberal (aún en el plano conceptual, filosófico si se quiere, que reconoce en el “representante” la acción y en los “representados” la pasividad), y si pisamos ese terreno fangoso sin los máximos recaudos, a la larga, terminaremos asumiendo las ideas de desigualdad que esas prácticas prefiguran, ya que, como enseña Paulo Freire, “la cabeza piensa donde los pies pisan”.

Hablemos por un momento de nuestrxs compas delegadxs como “representantes”, y veamos qué nos proponemos en estos casos: que sean electos en instancias asamblearias por sus pares; que su labor como “representantes” responda al mandato surgido de esas instancias de pertenencia; que sus mandatos sean revocables en cuanto sus mandantes evalúen disconformidad con su accionar; que se establezcan períodos que obliguen la rotación de compañeros en lugares de representatividad, y quien fue “representante” vuelva a su trabajo, a su base, y otrx integrante del grupo cumpla en próximo período la tarea más superestructural.
¿Suena a un esquema muy exigente, pensando en la institucionalidad político-electoral que nos propone el sistema? ¿Nos volvemos “miedosos” y por eso proponemos una lógica imposible si pensamos en el parlamento nacional, por caso? Creemos que no, que los “anticuerpos” no sólo tienen sentido, sino que son “insoslayables” en términos estratégicos. Y que existen experiencias históricas que dan cuenta de su posible y efectiva aplicación (el caso más reciente es el de los trabajadores de Zanón en Neuquén, electos diputados provinciales, que acordaron su rotación en el cargo manteniendo el sueldo que cobraban en la fábrica). Nuestro proyecto revolucionario anticapitalista, socialista, se inspira en la ideología contraria a la representación burguesa que expresa el artículo 22 de la Constitución: si queremos una sociedad de iguales, sin injusticias ni opresión, resulta imprescindible que el pueblo SÍ delibere y SÍ gobierne por sí mismo, o en todo caso: que sean los representantes quienes NO deliberen NI gobiernen sino a través del mandato directo del pueblo. “Mandar obedeciendo” lo llamó el subcomandante Marcos.4 Esa autonomía y democracia de base es nuestro principal reaseguro estratégico, y lo es más aún a la hora de pisar el terreno que propone la lógica antagónica de la representación liberal planteada como un poder sobre en vez de un poder hacer.
A modo de repaso
Entendemos que la reflexión desarrollada hasta aquí habilita las siguientes conclusiones:
*            Nos motiva la convicción de que es una tarea de primer or-den en el momento actual el desarrollo de políticas integrales de construcción de poder popular (vale señalar particularmente el trabajo asalariado, tal vez el sector de importancia estratégica donde mayor es la debilidad de la nueva izquierda independiente) y de disputa política en diferentes planos, lo que implica una variedad de tareas y posibilidades.
*            Para estar a la altura de esos desafíos, la nueva izquierda independiente necesita avanzar en mayores niveles de síntesis en distintos planos.
*            La noción de “herramienta política” requiere ser expresa-da con mayor precisión, para diferenciar lo que resulta una necesidad estratégica integral de lo que pueden ser tácticas específicas.
*            El avance hacia una herramienta política común de síntesis estratégica es uno de los planos necesarios, que deberá tener en cuenta los objetivos últimos y la opción estratégica para avanzar en función de esa necesidad integral. Es una tarea histórica que muestra posibilidades de ser profundizada en el momento actual, y que continuará madurando en tiempos (e integralidades) que exceden el corto plazo.
*            Dentro de las tareas políticas necesarias, la opción de dispu-tar electoralmente las instituciones del sistema –y, para ello, la construcción de una “herramienta político electoral” – tomará fuerza –o no– en función de determinada lectura de la etapa, de las relaciones de fuerzas y posibilidades, como parte subordinada a una construcción y a una estrategia integral.
*            La política electoral según las reglas del juego de la repre-sentación liberal, aún como táctica, “prefigura” una forma de la política que dista de nuestros anhelos de emancipación y protagonismo directo del pueblo, y se mete en un terreno plagado de acechanzas que el sistema maneja con maestría, por lo cual requiere de sólidos anticuerpos anclados en el Poder Popular.
*            No ser claros en la diferencia entre herramienta política de síntesis estratégica y herramienta electoral, puede dar lugar a confundir la parte con el todo, es decir: convertir una necesidad táctica (intervenir en el plano institucional-electoral) con una concepción estratégica (cuando creemos que no es por esa vía cómo se prefigurará una sociedad de nuevo tipo).
*Entendemos que estos debates se dan como correlato de exploraciones y avances concretos, en una dialéctica imprescindible entre nuestras prácticas y nuestras ideas. Si procedemos con rigurosidad y honestidad para encarar los nuevos desafíos, no debemos temer equivocarnos: la claridad de nuestras convicciones estratégicas, los balances y la posibilidad de profundizar o rectificar caminos, y sobre todo: la confianza en nuestra militancia y nuestro pueblo, serán la mejor garantía de triunfo.
Esperamos que estas líneas aporten elementos y contribuyan a estimular nuevos debates, nuevas ideas, nuevos aportes. Confiamos que, en el acuerdo o la diferencia, serán leídas desde la voluntad de búsqueda y construcción de un camino unitario que potencie los esfuerzos militantes, para acercarnos un pasito más a ese futuro de justicia y libertad que todos anhelamos.

1.                    A la existencia de la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina (COMPA) se sumaron el último año nucleamientos como la Coordinadora de Organizaciones de Base (COB) La Brecha o el Espacio Humahuaca. Estos grupos y otros confluyeron a partir de la organización de un acto común y movilización en diciembre de 2011, a 10 años de la rebelión popular, dando origen a un ámbito de articulación general de la izquierda independiente conocido en la militancia como “Espacio 20 de diciembre”.

2.                    En el mismo número de Batalla de Ideas Agustín Santella (2011) alerta sobre la falta de definición anticapitalista por parte de algunos planteos en la nueva izquierda que proponen idearios de “democracias radicales”. A la vez, coincidimos con Miguel Mazzeo (2011) que reclama una nueva izquierda que, además de “prefigurar” en sus prácticas cotidianas la sociedad que anhela, tenga un carácter “performativo”, es decir, que dé batalla desde la propia enunciación de su política en la medida en que decir cómo vemos las cosas sea una acción transformadora (“que su verbo resulte perturbador”), evitando caer así en construcciones quedadas, estancadas, y evitando resultar, por omisión, condescendientes con el poder hegemónico. Así que, para reafirmar convicciones, reconocer nuestra propia enunciación como acción y, quien dice, tal vez también “perturbar”, decidimos incluir aquí las líneas siguientes.

3. Está claro que aquí nos referimos a las elecciones de cargos políticos representativos, parlamentarios o ejecutivos, y no a la disputa de espacios gremiales o institucionales vinculados al tejido social, como ser sindicatos, centros de estudiantes o sociedades de fomento.
4. El “mandar obedeciendo” zapatista tiene cierto paradójico vínculo con la propia Constitución del Estado de México, con aires remotos de aquella revolución con ínfulas libertarias de un siglo atrás, que estableció algo bien distinto que a lo que marca el artículo 22 de la Constitución argentina, enajenante de la voluntad popular. La Constitución mexicana dice: “La soberanía nacional reside originaria y esencialmente en el pueblo: todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar su forma de gobierno”.


*            Artículo enviado el 18 de abril de 2012

Bibliografía

Acha, Omar (2011). “Discutir en la izquierda: algunos comentarios”. En Batalla de Ideas [ISSN 1853-2047] número 2, año 2011, páginas 145-151. Mazzeo, Miguel (2011). “La izquierda que necesitamos para el país que queremos”. En VVAA (2011): La otra campaña: el país que queremos, el país que soñamos, páginas 145-149. Buenos Aires: Editorial el Colectivo / Ediciones del Movimiento.
Ogando, Martín (2011). “Una incitación a la incomodidad. Nueva izquierda y disputa institucional”. En Batalla de Ideas [ISSN 1853-2047] número 2, año 2011, páginas 153-165.
Santella, Agustín (2011). “En las puertas de una batalla de ideas”.

En Batalla de Ideas [ISSN 1853-2047] número 2, año 2011, páginas 135-143.