1 de enero de 2013

En el barrio lo que humea son los chinchulines a la parrilla

Las fiestas de fin de año tienen para el Culebrita un gusto especial, aunque la navidad no le importa y por lo general tampoco se entusiasma con otros festejos. En Marcha (Ar)



Por Pablo Solana*. Las fiestas de fin de año tienen para el Culebrita un gusto especial, aunque la navidad no le importa y por lo general tampoco se entusiasma con otros festejos.


Pero para fin de año las casas del barrio se visten de fiesta. Aunque la casa de el Culebrita mucha vestimenta especial no recibe, en realidad. Apenas su hermana más chica cuelga una guirnalda por acá o por allá. En cambio para estas épocas su casa se perfuma: el olor de la parrilla primero, y de la carne asada después, dan el toque distintivo a la celebración. A él le gusta eso, porque a sus 15 años, al lado de la parrilla es donde más cómodo se siente con su viejo, Culebra, que dirige la murga del barrio. Juntos comparten la responsabilidad de cumplir, paso a paso, con el ritual: juntar algunas hojas viejas del Diario Popular, unas tablitas del cajón de verdulería, prender la pirámide irregular de maderas y después de un rato meter la bolsa de carbón encima, preparar las brasas, limpiar los fierros en V una vez calientes, primero con papel y después con un cachito de grasa que cortan de la tapa de asado o el vacío. Con el viejo empiezan temprano a limpiar el patio, a acomodar un poco, a ver que no falte nada. Las cervezas están en la heladera desde antes, y el rito empieza con la Quilmes bien fría en la mesa de afuera. Culebrita aprovecha cada festejo para comprarse una bolsa grande de papafritas. Está contento de que su viejo le reconozca la adultez suficiente como para no tener que tomar cerveza a escondidas y compartir con él la parrilla y la bebida. Pero a la vez mantiene otras costumbres de pibe, como su debilidad por las papafritas. El viejo lo deja hacer pero no lo acompaña: prefiere el salamín con queso.

Antes de la cena, Culebrita se pega la vuelta por el barrio. El asado en su casa a parrilla completa le provoca orgullo, pero también siente algo de emoción al recorrer las calles y sentir cómo el olor a carne asada y el humito emanan de varias otras casas. Sonkoy es un barrio de laburantes, y el pibe entiende bien lo de la crisis económica y todo ese rollo; además, desde siempre conoció la realidad de otros barrios –la villita, ahí al lado- donde el problema, el verdadero problema, hace no tanto solía ser el límite del hambre. Por eso, aunque sea para fin de año, estos asaditos en el barrio tienen sabor a revancha. Pero sigue siendo distinto donde aún hoy no hay parrilla, ni siquiera mesa servida. Por ahí andan el viejo Cosme, que vive abandonado con su perro malo; la Laura, sola con sus tres críos; los Reyes, que se vinieron abajo desde que el viejo falleció. Pateando el límite del barrio con la villa, Culebrita elabora una consideración hacia la iglesia poco habitual en él: está bien, se dice a sí mismo, que el Padre Juan organice esas comidas comunitarias para quienes no tienen con quién pasar las fiestas.

Saluda a los pibes allá a lo lejos, en la otra esquina; promete volver pasada la medianoche, pero ahora regresa con su viejo, al patio, a la parrilla familiar.

Con los petardos y los fuegos artificiales no se engancha mucho el Culebrita. Le parece una boludez, porque una cosa es gastarse medio aguinaldo en los asaditos de fin de año para la familia y los amigos, como hace su viejo, y otra cosa es hacer explotar por los aires una artillería inofensiva valuada muchas veces en varios billetes de a 100. Pero a la vez, asocia aquellas explosiones a una felicidad que sólo en algunas ocasiones supera lo individual para convertirse en festejo comunitario: cuando se recibió su hermana de contadora, reflexiona el Culebrita, fue un festejo sólo de su familia y algunos más: no hubo petardos. Pero cuando Boquita salió campeón sí, y ahora que todos coinciden en desearse un feliz año, también. Eso le gusta, después de todo.

Aún así, él no va a prender petardos esta noche. Como el año pasado, va a repetir su propio, secreto ritual. Después del brindis, y antes de salir con los pibes de gira, irá a su cuarto y se pondrá a improvisar en un cuaderno una poesía que empezó en la navidad. Poco leyó el Culebrita hasta ahora, y sus versos se inspiran en las letras de la murga del viejo, o en esa banda de rock que el Flaco le hizo escuchar. Aunque algo sí leyó. Después de oír en la radio un reportaje a uno que se había rescatado tras años de cárcel leyendo y escribiendo para una revista barrial, le preguntó a la profe del Bachillerato Popular que funciona en la Sociedad de Fomento. Y así llegó a sus manos un libro de un tal Rodolfo Walsh, que contaba su compromiso social a través de la escritura, y su resistencia a los milicos. Al Culebrita le impactó esa anécdota en la que el tipo éste de apellido gringo, que había hecho un diario para los laburantes y varios libros, contaba que después de brindar un año nuevo con su compañera en la clandestinidad, se había sentado a la máquina de escribir a redactar un escrito de denuncia a los militares. “Así quiero empezar el año, escribiendo contra estos hijos de puta”, había dicho aquella vez el escritor. Modestamente, el Culebrita despunta su cuadernito, y algo escribe.

Con esa anécdota repiqueteando en la cabeza, el pibe brinda con la familia, pasa por el patio y ve, satisfecho, cómo aún sobran achuras. “Los yanquis de las películas tendrán la navidad con sus chimeneas humeantes, pero acá en el barrio lo que humea son los chinchulines a la parrilla” se dice. Agarra por el cuello la botella de cerveza recién abierta, y sale en busca de los pibes, en la esquina o la placita, que puede ser cualquier esquina o cualquier placita, la de Sonkoy frente a la Sociedad de Fomento, o la del Club Oroño, allá en Moreno, Rosario, qué más da.

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* Co-autor, junto a Diego Abu Arab, del libro Sonkoy, asalto al Palacio Municipal (Ed. El Colectivo, 2010) http://www.marcha.org.ar/1/index.php/cultura/134-libros/887-las-respiraciones-de-la-politica-conurbanera y la historieta de reciente aparición El triple crimen de Moreno (Ed. Frente Popular Darío Santillán, 2012).