24 de diciembre de 2013

Diomedes Díaz El Hombre: “General” del Vallenato

Miles de mujeres, niños y hombres de pueblo han desfilado estos días por la Plaza Alfonso López de Valledupar para despedir a quien fuera el más querido juglar vallenato. Condenado por el femicidio de Doris Adriana Niño y amparado por el poder paramilitar, Diomedes Díaz, el mayor vendedor de discos de la historia de Colombia, recoge el reconocimiento de su gente no por sus vínculos criminales, sino por haber sido “uno de los pilares de lo que aún se conoce como la nueva ola vallenata”, según lo definió Carlos Vives al conocer la noticia de su muerte. En Colombia Informa (Co).
La plaza Alfonso López, la meca del folclor vallenato, recibe nuevamente a sus alegres feligreses. Cientos de personas tratan de protegerse de la tiranía del sol bajo la sombra amable de unos pocos árboles y esporádicos aplausos irrumpen en el caluroso silencio.

Es 23 de diciembre y no se aguarda un festejo navideño; la parranda ha sido postergada por unas horas. Una música tímida se repliega entre las esquinas de la plaza. Un día antes, una noticia recorría los pueblos a orillas del río Magdalena y de la costa atlántica, sembrando la congoja en cada esquina, en cada hogar: el “Cacique de la Junta” había muerto.

“Una vida de excesos” definen los periódicos sensacionalistas y mezclan en esa definición a sus adicciones y sus amistades con las bandas paramilitares de la región, en las que encontró amparo e impunidad cuando era buscado tras la aparición del cuerpo sin vida de la joven con quien mantenía una relación.

Pero los seguidores de Diomedes ─“la fanaticada”, como los llamaba en sus presentaciones─ prefieren pasar por alto o minimizar los hechos delictivos con los que se lo vincula. En la fila que rodea la tarima Francisco El Hombre, donde miles de personas se congregan para ver por última vez el cuerpo del artista, se escuchan justificaciones con las que el pueblo protege al ídolo. “Esa niña sabía en lo que se metía, ella también tenía su adicción y Diomedes no tuvo la culpa”, explica un hombre y una mujer a su lado sentencia: “al palo de mango siempre le tiran piedras”, para descalificar la consulta.

Tras la muerte de la jovencita de 22 años por paro cardiorespiratorio y asfixia, los guardaespaldas del cantante intentaron desaparecer el cadáver arrojándolo a un descampado para que no pudiera ser identificado. “Eso sí estuvo mal –reconoce el señor-, pero no quiere decir que él la haya matado”.

Sin embargo, en el 2000, tres años después del crimen, un proceso judicial minucioso determinó la culpabilidad del Cacique y lo condenó a 12 años, de los que sólo cumplió tres años y siete meses gracias a sus amistades con sectores de poder en el sistema judicial. Esa certeza deriva la conversación hacia sus vínculos con el poder paramilitar y los análisis se vuelven más complejos: “En esa época, todo estaba manejado por los paracos: la justicia, los hospitales, la política, todo. Y él, que venía de un origen humilde, vio natural eso”, explica otro seguidor.

Entre el país de rumba y el país que se derrumba

Es inevitable reconocer entre la multitud manifestaciones vigentes de esa cultura popular influenciada durante tantos años por el “brillo” del poder criminal del narcotráfico y el paramilitarismo. Junto a las expresiones más sentidas de pesar y el recuento de las mejores piezas de un repertorio de más de 40 discos, vendedores portan con orgullo fotos de Diomedes vestido de policía condecorado y otros carteles con uniforme militar, presentado como “el General del Vallenato”.

El periodista Alberto Salcedo Ramos tal vez haya sido quien mejor interpretó la complejidad de un artista popular y en él parte de la realidad de un pueblo atravesado por la violencia. En su crónica La eterna parranda de Diomedes sentencia: “hoy sabemos que no existe ninguna diferencia entre el país que anda de rumba y el país que se derrumba”. El niño espantapájaros, el que pintaba sus zapatos de colores para ocultar pobreza, el que trocaba canto por comida a los indios, el adorador de la Virgen del Carmen, también fue el consentido del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia.

Si la vida fuera estable todo el tiempo

Las contradicciones del “Papá de los pollitos” ─como lo llaman en el pueblo quienes lo consideran el más grande de los cantantes─ quedaron selladas en uno de los pasajes más populares del cancionero vallenato: “si la vida fuera estable todo el tiempo…”.

Más de tres décadas de parranda finalizaron con el lanzamiento de su último disco sólo tres días antes de su muerte, titulado La vida del artista. Allí un Diomedes ya consagrado ─como Francisco El Hombre, figura mítica del folclor vallenato─ le confiesa a los suyos: Una noche yo pensaba / en la vida de los artistas / que algunos la creen bonita / y es lo suficiente amarga.

Su música (ahora más que antes) seguirá animando las fiestas populares, cantinas y parrandas. Será difícil encontrar un hogar humilde en Colombia donde, para cada cumpleaños por caso, no se cante al homenajeado haciendo coros a la voz despreocupada del Cacique de la Junta: “¡Ay! vamos a abrir una botella de vino / pa’ que brindemos / porque hoy con toditos tus amigos / amanecemos”. Y así, de la mano de Diomedes y sus polémicas, este sufrido pueblo continuará pensándose a sí mismo. Mientras, seguirá la rumba.