A 86 años de su muerte, un perfil de la vida y obra de uno de los referentes más importantes del pensamiento revolucionario de nuestro continente. En Colombia Informa | Revista Sudestada
Por Pablo Solana*. Cuando la Unión Soviética comenzaba a proyectar su modelo de revolución bolchevique triunfante, propuso que el socialismo en América no fuera calco ni copia. En vida fue resistido por los camaradas de la Internacional Comunista que rechazaban su reivindicación del comunitarismo incaico. Vivió aquejado por enfermedades y perseguido por un régimen represivo, situaciones que enfrentó a fuerza de una voluntad inquebrantable. Su capacidad de creación intelectual fue heroica, como él mismo reclamaba. Con ustedes, el padre del marxismo latinoamericano.
“MI DESTINO NO ESTABA TERMINADO”
El último año de vida de José Carlos Mariátegui es dramático para él y para quienes lo rodean. Postrado en silla de ruedas, con una pierna amputada y la otra atrofiada desde la infancia, su salud desmejora una vez más. Parece que esta vez será grave. Ya había orillado la muerte 5 años antes, cuando sacrificó la pierna derecha (su pierna “buena”) para salvar su vida. Cuenta su amigo y colaborador Alberto Bazán Velásquez que, superado aquel momento límite, Mariátegui dijo: “En el instante más álgido de mi agonía yo sabía que no podía morir, que no moriría aún. Sabía que mi destino no estaba terminado y ello me daba una fuerza inaudita. Nuestras vidas son como las flechas que deben alcanzar necesariamente un blanco, y la mía no había llegado todavía al suyo”. Su fuerza de voluntad, su compulsión al trabajo y su fe (porque Mariátegui, el padre del marxismo latinoamericano, era un hombre de fe) son admirables. Hasta el último momento intenta mantener su rutina, su trabajo y su activismo militante: despierta cada día entre las 6 y las 7 de la mañana, y a las 8 ya está en el estudio de su casa trabajando; por las tardes recibe a los camaradas, planifica sus próximas publicaciones y debate la realidad de Perú y el mundo con obreros e intelectuales.
Por esos meses van a apresarlo, por segunda vez; clausurarán el periódico obrero Labor; y recibirá malas noticias sobre el rechazo a sus postulados por parte del Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista, copado por dirigentes proto-estalinistas a quienes el peruano no caía bien. No son tiempos fáciles para Mariátegui, que intenta sostenerse activo a puro optimismo de la voluntad. Pero esta vez no va a resultarle. “Le veíamos decaer, perder su fuerza. En un momento dado, aumentaron extrañamente la palidez de su rostro y el brillo de sus ojos, si bien seguía acudiendo siempre infalible a la brega”, relata Bazán.
La fiebre avanza durante los primeros días de un otoño de lluvias finas, monótonas, desesperantes. Anita se ocupa de los cuatro niños, de la casa, y de él. Anita es Anna Chiappe, su compañera de cada instante desde que se vieron, se gustaron y se casaron en Italia, una década atrás. “Empecé a amarte antes de conocerte, en un cuadro primitivo” le escribió José Carlos en un poema que publicó en 1926. Ya lisiado, necesitado de la asistencia permanente que la mujer le brinda, en la última estrofa esboza algo parecido a una disculpa, o agradecimiento: “Siento que la vida que te falta es la vida que me diste”. La casa de la calle Washington, en Lima, se mantiene siempre plena, viva. Los niños pequeños corretean por el patio (el mayor, Sandro, tiene apenas 8 añitos), y cada día Anna recibe a los compañeros de la revista Amauta. Pero la enfermedad se agrava. Es abril de 1930. Mariátegui resiste, hasta que la fiebre se le vuelve insoportable y es trasladado a la Clínica Villarán para su internación.
EL AMAUTA DE LOS INCAS COMUNISTAS
No lo llamaban Amauta en vida, pero el apodo se convirtió en marca inseparable de su figura cuando la izquierda recuperó su legado, un par de décadas después de su muerte. Aunque para ello primero debieron fracasar las campañas de desprestigio de quienes eligieron subordinarse acríticamente a los lineamientos soviéticos, entre las décadas del 30 y el 40, cuando el dogmatismo y el sectarismo que propalaba el régimen de Stalin ganó terreno a nivel internacional. Por esos años ya se hablaba de amautismo, a modo de descalificación de la obra teórica y política que emanaba de la revista que Mariátegui fundó en 1926. “Hay que acabar con el amautismo”, solía decir Eudocio Ravines, el encargado de burocratizar el debate comunista en Perú. Pero en ese nombre, y en la identificación de Mariátegui con esa figura, hay una elección consciente que se refleja en el debate que tuvo lugar a la hora de registrar la marca de la revista.
El amauta era el sabio, el maestro en el Perú de los incas. Alberto Bazán dice que fue el propio Mariátegui quien eligió el nombre, aunque Miguel Mazzeo, riguroso investigador de su obra, señala a un pintor que participó desde los inicios del proyecto e ilustró las emblemáticas tapas de la revista con motivos indígenas, el peruano José Sabogal, como quien trajo la propuesta. Otro pintor, el argentino Emilio Pettoruti, dejó constancia en su correspondencia con Mariátegui del peso que tuvo esa elección para una publicación que en principio se iba a llamar Vanguardia, o Adelante, o Iniciación: “Lo del nombre de su revista me parece muy acertado, ya verá usted que se calmarán todos aquellos que nos han acusado de vanguardistas, de fumistas y extravagantes”. Pero la definición más clara la da el propio Mariátegui, en una de las notas editoriales del año 1928: “Empezamos por buscar su título en la tradición peruana. Tomamos una palabra incaica, para crearla de nuevo. Para que el Perú indio, la América indígena, sintieran que esta revista era suya”.
Por las páginas de Amauta desfiló un surtido ecléctico de teóricos, políticos, literatos y artistas. Entre la crítica social y la crítica literaria, aparecerán los nombres del surrealista André Breton, el poeta Jean Cocteau, el católico liberal Miguel de Unamuno, Sigmund Freud, Rosa Luxemburgo, Gabriela Mistral, León Trotsky, Jorge Luis Borges y Vladimir Lenin. Era una revista única en su género, que integraba a las corrientes renovadoras de la cultura europea con el proceso de creciente protagonismo político y cultural de las clases populares en Latinoamérica. La diversidad de enfoques y la mezcla de disciplinas era premeditada. De esa forma Mariátegui ponía a dialogar al marxismo con la cultura de su época, desde el arte hasta el psicoanálisis, diálogos que serán más comunes décadas después pero que era algo totalmente extraño en los años 20. Esa particularidad sería uno de los aspectos resistidos por las corrientes ortodoxas del marxismo, a quienes la idea les resultaba excesiva, complicada.
El número más emblemático de la serie, que sobrevivió tras la muerte de Mariátegui sólo dos números, es el 17, de septiembre de 1928. Allí la revista inaugura su segunda época. En el editorial titulado “Aniversario y Balance” Mariátegui asume definiciones ideológicas tajantes: “En la lucha entre dos sistemas, entre dos ideas, no se nos ocurre sentirnos espectadores ni inventar un tercer término. En nuestra bandera inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo”. Esa sola, sencilla y grande palabra, adoptada como definición política sin medias tintas desde la revista, introduce definiciones más precisas, que dan en la médula de lo que ya estaba siendo el pensamiento más sólido, maduro, del Amauta. “El socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial, al cual no sustrae ninguno de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental. El socialismo, en fin, está en la tradición americana. La más avanzada organización comunista, primitiva, que registra la historia, es la incaica”.
A esa altura la revista ya era el eje de todo el proyecto mariateguiano. El objetivo era explícito: “Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”. El cuerpo de ideas que irá nutriendo los textos que después recogerá en la edición de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, su obra más acabada, se va plasmando número a número en cada publicación mensual. Siete ensayos es uno de los dos únicos libros que Mariátegui editó en vida, en el año 1928. El otro es La escena contemporánea, publicado en 1925. El resto de su abundante obra fue publicada con posterioridad a su muerte, en ediciones a cargo de sus compañeros de militancia o su familia. Es en las páginas de Amauta donde se va fundamentando su reivindicación del comunismo incaico, aunque sin idealizarlo. Identifica en el ayllu, la institución comunal característica del imperio inca, “elementos de socialismo práctico” que facilitan el desarrollo de un socialismo adecuado a la realidad de los pueblos de América Latina (o, para usar la expresión que Mariátegui propone: Indoamérica). Un socialismo “no artificial”, raizal, que dé cuenta de las singularidades de nuestros pueblos en vez de reproducir modelos impuestos desde afuera.
Pero la revista Amauta, y con ella el desarrollo más maduro del pensamiento socialista e indoamericano de Mariátegui, no se explican sin su años “europeos”.
UNA MUJER, ALGUNAS IDEAS, GRAMSCI Y EL CONSEJISMO PROLETARIO
“Residí más de dos años en Italia, donde desposé una mujer y algunas ideas”, cuenta el Amauta en sus apuntes autobiográficos.
Ya sabemos de Anna, la mujer. Pero agrega además que en Italia, a partir de su arribo en 1920, desposó “algunas ideas”. Allí se empapó de un marxismo vivo, activo en las huelgas obreras, en un clima de época signado por la posibilidad de la revolución y la lucha ideológica contra el reformismo.
Su viaje a Europa, determinante para su formación marxista, fue consecuencia de una curiosa forma que encontró el gobierno de Augusto Leguía para sacárselo de encima. En una especie de deportación encubierta, a Mariátegui lo mandan fuera del país como Agente de Propaganda, un cargo menor del Ministerio de Relaciones Exteriores que le garantizaba una beca, situación que aprovechó para moverse a gusto: recorrió Francia, Alemania, Bélgica, Austria, Hungría y Checolovaquia, analizando los movimientos revolucionarios de posguerra. Pero donde realmente concentró su interés fue en Italia. “Perú no era tan distinto de lo que era Italia en ese entonces”, explica Miguel Mazzeo. “Era un país periférico, con una base campesina muy grande en el sur, un país no integrado, un Estado nacional no conformado. En Italia se desarrolla el marxismo menos europeo de Europa”. Allí permanece por dos años y siete meses, que coinciden con el movimiento huelguístico de Turín y el desarrollo de los Consejos Obreros. Haciendo explícita una matriz de análisis abiertamente marxista, en uno de los frecuentes artículos que envía desde Italia al diario El Tiempo de Perú, afirma: “Los instrumentos de dominación del Estado burgués no pueden en ninguna forma transformarse en órganos de liberación del proletariado. A ellos deben ser opuestos nuevos órganos proletarios que, funcionando por ahora bajo la dominación burguesa como instrumentos de lucha, serán mañana los órganos de transformación social y económica del orden de cosas comunista”.
Mariátegui ya había hecho referencia a su opción por el socialismo en algunos de sus variados escritos periodísticos en Perú, antes del viaje europeo. Pero la reivindicación de los “nuevos órganos proletarios” que conoce en Turín, y la incorporación de esas experiencias a su pensamiento en pleno desarrollo, se convierten en indicios sólidos de un abordaje marxista de la realidad más completo, integral.
Por la misma época Antonio Gramsci proponía desde las páginas de L´Ordine nuovo la identificación de las formas locales de consejismo proletario con los soviets rusos, formas que debieran estar ligadas a la propia historia de los obreros italianos aún tomando como referencia a la revolución bolchevique. Mariátegui absorbe ese marxismo. En Roma profundiza su formación política integrándose a un grupo de estudios vinculado al Partido Socialista Italiano. Estudia en Roma y piensa en Perú. ¿Qué ve en común entre los consejos obreros de Europa y las instituciones comunitarias preincaicas de América Latina? La potencia prefigurativa de formas de organización asumidas por cada pueblo, que podrán ser “los órganos de transformación social y económica del orden de cosas comunista”. Para Mariátegui, la forma indoamericana análoga al consejismo obrero y a los soviets bolcheviques, será la comunidad campesina e indígena. Allí comienza a forjar la mixtura de aquellas ideas “europeas” con esta realidad indoamericana. De ese cruce nace el marxismo de Mariátegui, como nueva creación, como aporte sustancial.
Gramsci y Mariátegui andaban por ahí, cerquita, con las mismas inquietudes y similares ideas en la cabeza. El biógrafo Guillermo Roullón afirma que se conocieron por una visita que Mariátegui habría hecho junto a su amigo César Falcón a la redacción del periódico fundado por Gramsci, L´Ordine Nuovo. Pero salvo esa mención aislada, no hay referencia cierta de que tal encuentro hubiera existido. En cambio sí coincidieron en el XVII Congreso del Partido Socialista Italiano en Livorno, donde es más probable que se hayan conocido. De todas formas, eso no habilita a concluir que el peruano se haya inspirado directamente en la obra del italiano. Los escritos de Gramsci, sus textos principales, se publicaron años después de la muerte de ambos y Mazzeo, un obsesivo investigador, encontró sólo tres menciones a Gramsci en toda la obra del Amauta, ninguna relevante. En el mejor de los casos lo menciona como “uno de los escritores más importares del comunismo italiano”, sin profundizar. Sin embargo, en el Congreso de Livorno uno de los ejes del debate político en la izquierda de la época consistía en la estricta delimitación entre sectores reformistas y revolucionarios. Otro de los ejes que, ya por entonces prioritarios en la prédica de Gramsi, de ahí en más comenzará a estar presente también en los análisis y las opciones políticas del Amauta.
ENCARNIZADAMENTE PERSEGUIDO
Mariátegui siempre supo de qué se trataba eso de sufrir fuertes malestares por su endeble salud. Había nacido padeciendo raquitismo y una artritis tuberculosa. A poco andar, un accidente en la escuela le atrofió la pierna izquierda. Seguramente aquellos padecimientos prematuros hayan templado su personalidad, resistente a casi todo. Ya en sus momentos finales no lo desanimaban las serias dificultades de salud, y tampoco los problemas políticos que, aunque menos letales, también lo acechaban.
Un año antes de morir había comenzado a padecer el ostracismo a que lo confinarían los comunistas alineados con la Unión Soviética. Cuando los delegados del Partido Socialista del Perú participan de la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana en Buenos Aires, las tesis de Mariátegui son descalificadas por las huestes de Victorio Codovilla, el dirigente del PC argentino que comandaba el Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista. Una vez muerto el Amauta, su camarada Eudocio Ravines no esperará más de 20 días para dejar de lado el Partido Socialista fundado por Mariátegui y crear el Partido Comunista Peruano, que emprenderá una cruzada para borrar la influencia amautista y de paso, cargarle todas las culpas al bueno de José Carlos por los problemas políticos que atravesaría el comunismo en América Latina.
La ortodoxia estalinista naciente lo cercaba “por izquierda” mientras el régimen político de entonces lo perseguía con intimidaciones de todo calibre.
En noviembre del 29 su casa es allanada por la policía y él, junto a amigos y colaboradores, apresado por segunda vez. La revista obrera Labor que había fundado dos años antes es clausurada como parte del mismo hostigamiento. “Se trata de crear el vacío a mi alrededor aterrorizando a la gente que se me acerque, de sofocarme en el silencio”, cuenta Mariátegui dos días después de su detención en correspondencia a su amigo librero Samuel Glusberg, en Argentina. Ya desesperado, le avisa: “Saldré del Perú como pueda”. Consciente de que el régimen represivo del presidente Leguía no le daría tregua, propone a su amigo que lo reciba en Buenos Aires junto a su familia. Pero esa posibilidad tampoco va a resultarle. Un compatriota suyo, el escritor Alberto Hidalgo que reside en Buenos Aires, lo desanima: que la vida aquí es cara, que los diarios burgueses no le van a dar trabajo y los de izquierda no le pagarán. “Espero partir a principios de mayo”, insiste, 20 días antes de su muerte. El hombre no afloja y sigue batallándole al destino con su mejor arma, la militancia. Por esos meses redacta los estatutos y el manifiesto político de la naciente Confederación General de Trabajadores Peruanos -CGTP-, y hasta sus últimos días mantiene las tertulias en su casa de la calle Washington, una “casita moderna de pobreza voluntaria” según recuerda uno de los partícipes de los encuentros, su amigo Bazán. Hasta allí peregrinan para verlo, cada día a las cinco de la tarde, dirigentes de Cusco, Junín, Puno y Arequipa. Campesinos, obreros e intelectuales. El Amauta se mantiene lúcido, sereno, pero ni sus dolencias ni la persecución del régimen aflojan. La policía lo mantiene vigilado, le interviene el correo. Sintiendo el acoso, se resiste a la desesperanza cuando lo sorprende una nueva recaída, la final.
Sus compañeros se reparten las tareas que el enfermo ya no puede hacer, para que la revista Amauta siga saliendo. La noticia del deterioro de la salud de Mariátegui genera preocupación en sedes sindicales, despachos políticos, claustros universitarios y tertulias culturales. Ricardo Martínez de la Torre se pone al frente de la producción editorial, y de los partes de prensa que se hace necesario difundir para calmar ansiedades y evitar rumores. El 11 de abril informa: “El director de Amauta se encuentra seriamente comprometido por una crisis aguda de la enfermedad que venía padeciendo. Hace 20 días que su postración es suma, con una temperatura que oscila alrededor d e 40°C. Desde que se hospitalizara, se le alimenta con inyecciones de suero glucosado y ya se le han practicado dos intervenciones quirúrgicas y tres trasfusiones de sangre”. En los días que quedan se ilusionan con una leve mejora, pero la fiebre se mantiene alta.
Martínez de la Torre redacta el último parte informativo el 16 de abril, apenas le informan que el cuerpo de Mariátegui, después de 35 años de permanentes batallas y heroicas resistencias, ya no dio más. “Muere encarnizadamente perseguido como militante leal a la causa de la emancipación. El proletariado acaba de perder uno de sus mejores guías, uno de sus más calificados portavoces”.
Su casa sigue siendo el lugar de referencia. Allí se dirigen los mismos trabajadores, estudiantes e intelectuales que lo frecuentaban, pero ahora para organizar el sepelio. Los obreros de la Confederación General de Trabajadores escoltan durante toda la noche el ataúd y al día siguiente, a las 4 de la tarde, organizan el desfile hasta el cementerio Presbítero Maestro, en los barrios altos de Lima. El cortejo parece una movilización. Parten por la calle Washington hasta el Paseo Colón, y desde allí marchan. Una fotografía muestra la gran bandera de la confederación obrera encabezando la columna, y el ataúd cubierto por otra más pequeña, que las crónicas de la época describen roja. Antes de ingresar al cementerio, contarán sus compañeros en el número homenaje que un mes después le dedicará la revista Amauta, “se elevan del seno de la concurrencia, en un aquelarre unánime, los sones metálicos de la Internacional”. Concluyen, sin falsas prudencias: “El más grande cerebro de América Latina ha dejado para siempre de pensar”. Su cerebro se apaga, su espíritu se propaga. Con la muerte de Mariátegui, el Amauta, el padre del marxismo latinoamericano, su obra comienza a ser leyenda.
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* Pablo Solana es corresponsal de Resumen Latinoamericano y editor de La Fogata Editorial – Colombia.