Una masiva movilización frente al Parlamento argentino desafió a la represión, logró frenar una ley antipopular y puso al gobierno de Mauricio Macri ante una crisis imprevista. En la confrontación entraron en juego, por primera vez con eficacia determinante, los reflejos de gestas pasadas y los actores de las batallas que se vienen. En Lanzas y Letras (Co) | El Furgón (Ar) | La Haine (Es)
Una masiva movilización frente al Parlamento argentino desafió a la represión, logró frenar una ley antipopular y puso al gobierno de Mauricio Macri ante una crisis imprevista. En la confrontación entraron en juego, por primera vez con eficacia determinante, los reflejos de gestas pasadas y los actores de las batallas que se vienen. Una muestra de lo que puede suceder a los gobiernos reaccionarios que buscan posicionarse en el continente. [Por Pablo Solana*, desde Buenos Aires]
El contexto
El gobierno de Mauricio Macri pretendió aprobar en el Congreso de la República una ley de Reforma Previsional que implica un fuerte recorte de ingresos a los jubilados, como parte de un plan de ajuste fiscal que se complementa con despidos en distintos sectores. Estas medidas despiertan un muy amplio rechazo sindical y social; sin embargo, el oficialismo puede arremeter con políticas antipopulares confiado en el aval de las urnas (y por consecuencia de un sector de la sociedad que acompaña su discurso) ya que, en las elecciones legislativas del pasado mes de octubre, su coalición de gobierno se impuso con comodidad ante las distintas fuerzas opositoras dispersas.
Con ese viento a favor el macrismo redobló apuestas en ejes nodales de su proyecto político: la represión en las calles, el silenciamiento de voces opositoras y el ajuste económico. En el breve lapso de octubre a hoy, el gobierno justificó a las fuerzas federales que asesinaron por la espalda a un joven mapuche en un desalojo de tierras en la Patagonia; medios de comunicación pasaron a manos de amigos del oficialismo, lo que implicó el despido y silenciamiento de periodistas críticos; a eso se suma la persecución a políticos de la oposición (algunos judicializados y otros baleados, como el legislador de izquierda Raúl Godoy).
La Ley de Reforma Previsional es una de esas típicas medidas de ajuste económico contra los trabajadores (en este caso los jubilados) que, con la misma impunidad con que se mueven en otros planos, esta semana pretendieron aprobar. Pero no pudieron. Tras dos masivas movilizaciones y una jornada legislativa escandalosa, el intento se frustró, debieron suspender la sesión sin poder aprobar la ley. Hubo una fuerte represión, pero no alcanzó. La derrota del gobierno, aun siendo provisoria, fue muy importante, y fue producida por el pueblo, en las calles.
La resistencia
El embate del gobierno de los ricos se percibe tan decidido y brutal que achica los márgenes para la oposición institucional.
En Argentina, “resistencia” es una categoría política que remite a la capacidad de enfrentamiento del pueblo a los regímenes dictatoriales o abiertamente represivos: la Resistencia Peronista tras los bombardeos a Plaza de Mayo y fusilamientos, la resistencia a la dictadura genocida del 76, la “nueva resistencia” al neoliberalismo desde mediados de los 90. Los métodos pueden ser los que el contexto (y la agresión del opresor) determinen, pero el concepto es común: resistir, no solo en sentido defensivo sino en función de re-acumular fuerzas, en momentos de ofensiva reaccionaria. Entre 2003 y 2015 esa categoría se desdibujó, el lenguaje de la política popular acompañó los cambios del ciclo de gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Pero ahora ya es distinto. Vuelve a hablarse de resistencia, cada vez con menos timidez, en la medida en que el gobierno de Macri profundiza su plan de gobierno.
Un cantito reapareció en las recientes movilizaciones. Bien puede ser tomado como un signo de los tiempos. Desde algunas columnas se podía escuchar:
Se pensaron que nos habían cagado / porque estábamos desorganizados /
Con sudor, con lucha y con paciencia / va creciendo la nueva resistencia /
¡Luche que se van, luche que se van!
No es azarosa la similitud de la arenga final con el ¡Que se vayan todos! que coronó las gestas históricas del 2001, porque esas estrofas no son nuevas, vienen de aquellos años, y las retoman hoy militantes con alguna antigüedad (por ejemplo, en el Frente Popular Darío Santillán, surgido de aquellas luchas y uno de los actores de las movilizaciones de estos días).
Como sucedió a fines de los 90, los sectores sociales que están enfrentando hoy el ajuste y la represión comienzan a dimensionar que “el sistema democrático”, lejos de expresar los intereses de las mayorías, es una herramienta más al servicio de los dueños de todas las otras cosas, que se adueñan también de las instituciones para legislar y gobernar en contra del pueblo.
Lo antes dicho se grafica perfectamente con la jornada del jueves, cuando se propusieron aprobar la resistida ley. Ese día el gobierno contaba con fuerza propia y aliados suficientes en el Parlamento para su aprobación; algunas escaramuzas protagonizadas por legisladores del Frente de Izquierda (solo tres en el Congreso Nacional) y kirchneristas (una bancada más numerosa, pero aún minoritaria) enturbiaron el clima dentro del recinto, mientras afuera, en las calles, se jugaba la pulseada fundamental: el asedio al Congreso y el desafío a la represión, hasta que el intento de aprobar la ley finalmente fracasó.
La alegría que produjo en muchísima gente la caída de la sesión, la autoestima que fue ganando la militancia popular después de una jornada victoriosa, la satisfacción de saber que, aun reprimiendo, a veces no pueden salirse con la suya, son todos factores positivos de un proceso de recomposición de fuerzas que se sustenta en un elemento estructural: si la institucionalidad va a ser utilizada para legislar o gobernar contra el pueblo, al pueblo le asistirá el legítimo derecho de desafiar la legalidad de esas instituciones.
Cada ciclo de resistencia, como el que se reabre en Argentina, tuvo esas particularidades. Si bien actualmente el país transita un ciclo de estabilidad institucional, es razonable asumir que el macrismo logrará la reelección en 2019, en parte por méritos propios en el manejo de la maquinaria propagandística ideológico/electoral y también por limitaciones de los proyectos populares para construir alternativas. Los gerentes de las grandes empresas seguramente gobiernen con estos modos, yendo contra el pueblo, al menos, seis años más. Demasiado tiempo para dejarles hacer, o para pensar que el freno será solamente “en las urnas”, con un futuro –hipotético– recambio de gobierno.
Los sectores populares y la izquierda han demostrado una importante capacidad de movilización: durante 2017 han sido numerosas las marchas que rondaron o superaron los 100.000 manifestantes en Buenos Aires, más otra diversidad de masividades en distintas ciudades del país. La última, por caso, el pasado miércoles: encabezados por la Central de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y otras organizaciones herederas del movimiento piquetero, decenas de miles de personas calentaron el clima convocándose al mismo Congreso que al día siguiente sería escenario de la resistencia.
En gestas como la del jueves, en la firmeza ante la represión y el desafío a la institucionalidad cuando ésta se vuelca contra el pueblo, en la unidad de los distintos sectores ante el enemigo común, en las barricadas y las tácticas de lucha callejera se forjaron, históricamente en Argentina, generaciones de cuadros populares que desarrollaron (ellos/ellas y sus organizaciones) una capacidad política imprescindible para delinear una alternativa de transformación social.
“También tenemos que discutir cómo los derrotamos, cómo construimos un proyecto popular para la Argentina” expresaba, después de anunciada la suspensión de la sesión en el Congreso, un militante de una de las organizaciones que están protagonizando las luchas actuales. Esa voluntad expresa la consciencia de que la resistencia debe ir de la mano de un proyecto político integral (las calles y también la disputa institucional, más no sea como espacio parcial de acumulación en función de una estrategia que combine distintas formas de lucha).
Lo interesante, tal vez lo novedoso en este nuevo ciclo de resistencia en Argentina, es que están dadas las condiciones para que sectores importantes de la izquierda superen el divorcio histórico entre la acción directa y la lucha institucional. Resulta alentador que las organizaciones populares están reflexionando sobre la construcción de alternativas políticas desde las barricadas.
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* Pablo Solana es editor de Revista Lanzas y Letras