Lo alzan entre tres para ponerlo de pie, para rescatarlo del confort momentáneo de un sillón mullido en el que pasó su última media hora. Allí, minutos antes, unos pajaritos –bravos muchachitos– se le habían sentado al lado para una foto, como si fuera Lou Reed o Mickey Rourke. En El Furgón (Ar)
Pablo Solana/El Furgón – Lo alzan entre tres para ponerlo de pie, para rescatarlo del confort momentáneo de un sillón mullido en el que pasó su última media hora. Allí, minutos antes, unos pajaritos –bravos muchachitos– se le habían sentado al lado para una foto, como si fuera Lou Reed o Mickey Rourke. Su cara de hastío o desinterés (si tuviera la energía suficiente los mandaría a la mierda) hace la diferencia. Lo anuncian, y en torno al viejo se mueven los tres sostenes humanos y un andador de geriátrico que lo ayudan a recorrer los ínfimos metros que lo separan de la tarima. Aun así, tropieza, se cae. Finalmente lo logra. Ocupa la silla en el centro de la escena. A sus espaldas una batería, a sus lados ensayan los acordes de un bajo y una guitarra. Un Alex-Naranja-Mecánica (Juan Imaginario) caracterizado para la ocasión lo presenta, efusivo y breve. El público, mayoritariamente joven, aplaude. El anciano toma la palabra.
“Esta va a ser mi última actuación porque esta caída que tuve… ya me tienen cansado”, dice, pisando la medianoche del sábado 11 de noviembre de 2017 en el Centro Cultural América Libre de Mar del Plata. En ese preciso momento, Enrique Symns se sincera: “La descomposición de mi cuerpo puede más que las emanaciones que salen de mi inteligencia”.
Pocas veces sus palabras resultaron tan literales. Porque así se lo vio, descompuesto; otras emanaciones, antes que las de su inteligencia, decoraban sus ropas de la cintura para abajo. Sin embargo, la decadencia física y orgánica contrastó con la dignidad de su lucidez; se mostró memorioso, locuaz. Se activó –¿su veneno cotidiano?– al ocupar el centro de la escena; apenas segundos antes su parsimonia amébica no habilitaba mayor ilusión, pero una vez arriba, hizo lo suyo con soltura. A sus modestos 70 años (menos que Mick Jagger, apenas un par más que su ex amigo contracara millonaria de la contracultura ricotera), actuó, recitó y rockeó rodeado por el sonido envolvente de los tres Dagas (marplatenses, ex Teoría del Kaos) que sumaron densidad armónica a su poesía.
“Ya me caí varias veces, estoy viejo, estoy cansado además de ustedes, me cansan mucho los aplausos, las sonrisas”, volvió a decir, como un mantra al que apelaría un par de veces más durante esos minutos iniciales.
Está aburrido, dijo, de “las personas que no se drogan, ni beben, ni tienen sexo promiscuo, (porque) en general tienen un espíritu muy bajo”. Repetitivo, alargando su primer monólogo (la batería no terminaba de estar lista, el bajista no terminaba de afinar), insistió con la trilogía base de su ideario, si es que algo así puede decirse del pensamiento Symns: “Yo no sé si hubiera existido sin el alcohol, las drogas y el sexo promiscuo” o “todos los artistas que conozco fueron alcohólicos, drogadictos o sexópatas”, y así.
Pero el monólogo finalmente despegó: “Es muy difícil resistir los embates de la mediocridad de la vida, porque la vida es mediocre, no hay nada en la vida que sea interesante, yo nunca encontré nada, siempre lo que encontré fue la repetición de la rutina de la voluntad… (Se dirige al batero) ¿Cuánto falta? (Y retoma): Yo tenía 20 años y siempre estaba borracho, drogado, en una vieja pensión, observando mi rostro soñador en las frías paredes del mundo. Ahora tengo 70 años y nunca vi a un hombre, que al levantar la mano para encender un cigarrillo, viera en sus ojos los ojos de un tigre asomado al viento para devorarse la mentira de la vida; siempre vi a un hombre escondido tras sus facciones, siempre vi el miedo del hombre cobarde, siempre vi el sueño de la vida truncada”. Y agrega, iluminando la noche con la frase que un par de yonkis repetirán como eslogan publicitario a la salida y nosotros, los militantes de la moral militante, repetiremos también, acaso cuestionándonos: “Todo lo que no da miedo, lo que no hace daño, no tiene ningún valor para la mente”.
Entonces empieza a recitar.
“Lo llamaban Fred”, nos recuerda (“un pequeño homenaje a Bukowski”, aclara para los novatos), y nos dejamos hundir en la historia. Esperamos ansiosos como niños que cuente que Fred está muerto (como si no lo supiéramos, como si nunca lo hubiéramos leído), y que en la fonola sonará una vez más “La retirada de Napoleón Bonaparte” (el fracaso de nuestra cultura burguesa) y que entonces el bar Joya´s cerrará, y eso nos impactará (como si no lo supiéramos, como si nunca lo hubiéramos leído). A partir de allí, derrocha su propia poesía: “El primer pez cuando tuvo hambre se convirtió en asesino”.
Cuarenta minutos, un poco más. Recita más que improvisa. Su voz logra la claridad suficiente, aunque por momentos los acordes estridentes lo vuelven inentendible (fuerza su voz, se esmera).
Pero nuestro héroe del whisky está tomando soda. El vaso es un vaso de whisky, adentro tiene hielos de whisky, pero el líquido es una inofensiva burbujeante soda. Symns está irremediablemente viejo. Acostumbrado a casi todo (ver próxima nota) y a no respetar nada, parece mostrar ahora cierto respeto a la muerte. No a las enfermedades (diabetes) ni a la decrepitud (a la que da pelea con su memoria, su veneno y su actitud). Habla serio cuando dice estar cansado. “Le tengo miedo a la muerte… morir es como no haber existido”, dijo hace algunos años, y por entonces todavía estaba mejor.
Otra obsesión de viejo, en cambio, la lleva con mejor suerte. Desde hace una década insiste con que quiere ser leyenda. “A diferencia de un mito, la leyenda es un ejemplo que dejás sobre cómo sobrevivir en soledad en un mundo de zombis –contó alguna vez-, de seres estructurados, de personas ausentes que andan por las calles yendo y viniendo de lugares, pero no estando en ningún lado, como la mayoría de ustedes”.
Mientras la muerte lo apura, la actuación en el América Libre de Mar del Plata lo consagra. No como poeta maldito, monologista, presentador de los Redondos o lo que fuera que haya sido. El viejo Symns ya puede descansar en paz, finalmente se convirtió en lo que quiso ser: una leyenda de sí mismo.