Muchos, millones, lo primero que conocieron de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron sus asesinatos televisados, el 26 de junio de 2002, a las 13.40 horas, en vivo y en directo. Pocos meses después de la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001 que buscó clausurar la década neoliberal, el gobierno del entonces presidente del Partido Justicialista, Eduardo Duhalde, ordenó una represión “aleccionadora”. Las reiteradas imágenes del comisario a punto de dispararle por la espalda a Darío y de su cuerpo agonizante maltratado por los policías, generaron un inmediato repudio social. Por eso fracasó la maniobra represiva y el presidente debió huir anticipadamente del gobierno. Los asesinatos de Darío y Maxi se convirtieron en uno de los hechos más importantes del año más conflictivo de las últimas décadas en Argentina. De ahí en más, cualquier intento de represión violenta a la protesta social sería desautorizado socialmente por la referencia ineludible a estos crímenes, agitando en la memoria colectiva aquellas dolorosas escenas.
Una década después, más presentes que nunca, los valores de solidaridad y compromiso que expresó Darío en su último gesto de una “solidaridad extrema”, tal y como quedaron cristalizados en aquellas imagenes, son retomados por agrupaciones barriales, estudiantiles, culturales, bibliotecas, bachilleratos populares y cooperativas de trabajo autogestivo, que hoy llevan los nombres de Maxi o Darío. A través de ellos se establece la primera conexión con el río subterráneo de una historia insondable y poderosa: la historia de los que luchan, la historia de los que no aceptan la esclavitud en ninguna de sus formas. “Darío y Maxi no están solos”, puede leerse en una de las paredes de la Estación Avellaneda, hoy rebautizada Darío y Maxi. Y debajo de sus rostros dibujados, “El mejor homenaje: multiplicar su ejemplo, continuar su lucha”.
Durante los últimos 10 años mucha agua ha corrido bajo el puente. Y muchas movilizaciones siguieron realizándose, también,sobre el puente. El mismo simbólico Puente Pueyrredón. Los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) donde Darío y Maxi militaban han ido transformándose, en viva relación con los cambios que las distintas coyunturas fueron imponiendo. Así, el trabajo de base realizado en distintas barriadas populares ha confluido junto a otras experiencias de organización popular de trabajadores, estudiantes, colectivos de arte y de género, de comunicación y pensamiento crítico que se fueron construyendo, con esa misma perspectiva, esa misma apuesta, por la gestación de una nueva izquierda, popular y con vocación revolucionaria.
Por ello es necesario que, junto con la conmemoración y el reclamo por justicia, sea puesta de relieve la vital importancia y la vigencia de aquellas luchas. Desde sus inicios las luchas por trabajo, en un contexto de desocupación masiva y precarización de la vida, estuvieron ligadas a los anhelos de promover un cambio social profundo, que hiciera realidad otro tipo de sociedad, sin injusticias, sin opresores ni oprimidos. Esta convicción, la misma que impulsó a Darío en su gesto de plena humanidad, es la que motivó a las organizaciones de base asentadas en las barriadas a transformarse en el germen de una experiencia política de nuevo tipo que, con menor visibilidad que en aquellos años, ha logrado crecer y profundizar sus tareas en el territorio durante toda esta década.
Es el caso de muchos de los MTD que el 26 de junio de 2002 confluían en la Coordinadora Aníbal Verón. Desde 2004 esos movimientos, junto con estudiantes, trabajadores, artistas y comunicadores, dieron forma a una herramienta política y social, el Frente Popular Darío Santillán. Se trata de una organización que reivindica el trabajo de base y la democracia desde abajo para proyectar, junto a las organizaciones hermanas de nuestro país y Nuestra América, el Poder Popular a todos los planos de disputa. El objetivo sigue siendo cambiar desde la raíz este sistema: el capitalismo. Neoliberal antes, “en serio” ahora, pero fuente de injusticias siempre. Si este crecimiento es posible, es porque dentro de este mismo horizonte anticapitalista -que tomó nuevos bríos en las últimas décadas en distintos rincones de Latinoamérica, pero también de Europa tras la contundencia de la crisis reciente- fue creciendo en nuestro país un nuevo espacio político denominado como “nueva izquierda”, “izquierda autónoma” o “izquierda independiente”, según quien la mencione. Efectivamente, se trata de un espacio político todavía en construcción que tiene en la rebelión popular del 20 de diciembre de 2001 y en la figura de Darío Santillán, referencias ético-políticas insoslayables, coordenadas que desbordan las fronteras y tradiciones de tal o cual agrupamiento.
Darío y Maxi se convirtieron en expresión de una juventud dispuesta a dar pelea, a batallar por una sociedad más justa. Ambos son símbolos de lucha que el pueblo hizo propios después de sus asesinatos. La figura del mártir, la construcción del mito, inevitable -y necesaria- como alimento espiritual de cualquier proceso social o político, siempre conlleva un riesgo para quienes quedamos marcados a fuego por aquella huella indeleble. Obligados a una lucha por justicia todavía incompleta (por la impunidad de Eduardo Duhalde, Felipe Solá y los miembros de sus gabinetes de gobierno) y en permanente tensión para mantener lo conseguido (la perpetua al comisario Fanchiotti y el cabo Acosta, recientemente puesta en duda), la historia podía reservarnos el lugar de meros “custodios de la memoria”. Lejos de caer en la idealización del gesto y la añoranza del pasado, los MTD comprendieron que era la proyección política integral la que iba a superar aquel riesgo.
A diez años, las organizaciones herederas de aquellas luchas piqueteras expresan un desarrollo social y político que excede al de sus orígenes. Poseen un potencial inimaginable en aquel entonces y no claudicaron en ninguno de sus principios. Darío y Maxi expresan, justamente, esa búsqueda por escapar de los dogmas de una izquierda anquilosada en lógicas y métodos políticos que se demostraron inconducentes. Y también el rechazo completo al oportunismo conformista que restringe la política a las negociaciones y el posibilismo. De allí que este nuevo espacio político reafirma la convicción revolucionaria y la necesidad de un socialismo distinto al que se conoció durante el siglo XX. Un socialismo latinoamericanista, prefigurativo y desde abajo. Basta escuchar las grabaciones de las entrevistas realizadas a Darío Santillán para encontrar en sus palabras, correlato directo de su práctica piquetera, las semillas fundantes de este proceso de construcción de Poder Popular que hoy cuenta en nuestro país con la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina (COMPA) y con otras experiencias de articulación afines que, juntas, se proponen coordinaciones políticas más amplias como el “Espacio 20 de diciembre”.
Los sucesos trágicos y ejemplares de la masacre de Avellaneda, qué duda cabe, constituyen un acontecimiento político disruptivo de la historia argentina y han calado hondo en memoria de las luchas de nuestro pueblo.